Parece que voy mejor.
Parece.
Pero continuamente tengo ganas de gritar. De gritar de verdad.
Mi interior está gritando.
Se me cruza un pensamiento, me vienen recuerdos, pienso en él, pienso en tantos momentos...
Me ducho y pienso en su ducha, miro a mi perra y pienso en Dylan. Abro el frigorífico y pienso en el suyo. Entro en mi cocina y pienso en cuantas veces cociné en la suya.
Me voy a la cama... y me falta él. Me despierto y no está. Ya no le digo buenos días, ya no hablamos. Miro WhatsApp y ya no está su chat entre los primeros, reenvío algo y ya no me sale en frecuentes. Hago puzles y ya no le envío las fotos. Miro mis llaves y ya no están las de su casa.
Echo de menos hablar con su madre. He pensado cien veces en hablarle yo, pero tengo pánico. No sé si habrá hablado con ella, no sé qué le habrá contado y no sé qué pensará ahora de mi. Pero ojalá no tuviera que perderlo todo.
Quiero gritar. Estoy gritando, aunque nadie me oiga. Grito fortísimo.
Llevo dos días sin llorar. Los dos primeros días sin llorar. Pero sigo gritando. No sé cuándo voy a dejar de gritar.
Amo a Paula Mattheus, pero la escucho y siempre está él. La descubrí casi a la vez que a él, y tantos las canciones de amor como las de desamor siempre me han hecho pensar en él. Es su banda sonora.
Hay demasiadas canciones que me hacen pensar en él.
Quiero pensar que pasará. No sé en cuánto tiempo, pero pasará.
Duele demasiado. Echo demasiadas cosas en falta. Intento recordar las malas, las que sé que hicieron que no funcionase, pero, como siempre, me cuesta muchísimo. Mi cerebro amplía demasiado las cosas buenas.
Pasará.
Mañana me voy a Salou.
Quizá allí grite de verdad.
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