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lunes, 30 de diciembre de 2019

Lo llamaron Glaucoma

Tenía 13 años cuando una optometrista me tapó el ojo derecho para graduarme la vista y yo dije "No veo". Ella no me entendió, "¿Cómo que no ves?" "No lo sé, lo veo todo gris". No recuerdo exactamente qué pasó justo después de eso, o qué dijeron mi madre o la chica que me estaba atendiendo, pero sí recuerdo ese tono gris que de repente me inundó cuando me taparon el ojo derecho. Yo ni siquiera me había dado cuenta de cuándo o cómo había pasado, pero de pronto no podía parar de taparme el ojo derecho y darme cuenta de que el izquierdo no funcionaba, de que todo era gris. 
Sé que a aquello lo siguieron muchas visitas médicas, volando de un oftalmólogo a otro, hasta que uno dio con la tecla y dijo "Glaucoma" y entonces descubrimos algo que no sabíamos que existía, y me dijeron que tendría que echarme unas gotas cada día el resto de mi vida si no quería quedarme ciega por completo.
Me hablaron de tensión ocular, de nervio óptico, y yo no entendía nada, solo veía a mi madre asustada, solo sentía el agobio que me provocaba pensar que ahora iba a tener que echarme unas gotas para siempre, y que si cerraba el ojo derecho ya no veía. 
Durante mucho tiempo me rebelé contra ello, me negaba a echarme las gotas, engañaba a mi madre, me hacía la loca en el médico. La tensión subía y me cambiaban la medicación, y creo que yo seguía sin entender nada. Como siempre, como con todo, no paraba de preguntarme "¿Por qué a mi? ¿Por qué yo?". Creo que es tremendamente complicado asumir que tienes una enfermedad que puede dejarte ciega por completo, y más aún si solo tienes 13 años. 
Ahora tengo 28 y me sigue costando asumirlo.

¿Por qué yo? ¿Por qué no puedo tener una simple vida normal?
La enfermedad no avanzó durante mucho tiempo, y entonces las putadas de la vida hicieron que entre octubre de 2014 y agosto de 2015 perdiera un tercio de la visión de mi ojo derecho. Un tercio. Si contamos la visión en ambos ojos como un 100%, a mi solo me queda un 33% de la visión total. Genial, ¿verdad?. A eso le podemos añadir una miopía magna que parece que no deja de crecer, y que ya se ha situado en casi las 15 dioptrías en el ojo derecho, más otro poquito de astigmatismo, lo que lo hace todo mucho más complicado de lo que ya de por sí era.

Pero después de todo he tenido suerte, soy capaz de conseguir buena agudeza visual con las ayudas suficientes, y puedo hacer casi una vida normal.
La universidad ha sido mi mayor reto, con diferencia. Los problemas para leer apuntes, para poder estudiar, para tener exámenes adaptados, el agobio constante de no saber si encontraré lo que tengo que estudiar en un formato en el que pueda hacerlo. Intentar estudiar en el ordenador y acabar con tal dolor de cabeza y de ojos que luego no soy capaz de levantarme de la cama... Pero he sido capaz, estoy en mi ultimo año, y sé que en junio ya seré trabajadora social, y la lucha habrá merecido la pena.
También he conseguido ser madre, aún con todo el miedo durante el embarazo de los peligros para mi vista, aún con todo el estrés y quebraderos de cabeza que conlleva. Tengo un hijo maravilloso, y eso ya no va a cambiar, por mucha visión o no que tenga, José Manuel es simplemente increíble. Y lo he hecho incluso con un ojo menos.

Pese a ello hay días, como hoy, en los que soy consciente de la gravedad de lo que tengo, del daño que pueden hacerme ciertas cosas y el cuidado que debo tener con otras.
Tengo muchísimo miedo, tengo mucho, mucho miedo. Tengo miedo de que un día todo se apague por completo y yo no sepa cómo es la cara de mi hijo, o la de mis sobrinos, o incluso nietos. Si en 15 años he perdido tanta visión, ¿qué va a pasar los próximos 50? ¿Seré capaz de seguir si me quedo ciega por completo? Tengo ejemplos a mi alrededor que me dicen que sí, que se puede, aunque con mucho, mucho esfuerzo, pero aún así tengo tantísimo miedo que no puedo ni siquiera describirlo, y siento que yo no soy tan fuerte como las personas que conozco y que sí lo son. Me da miedo ser dependiente toda la vida, me da miedo no conseguir la autosuficiencia que necesito y quiero, me da miedo no conseguirlo, así, en general.

Quiero creer que si, quiero creer que soy capaz de plantarme, de ser consciente de mis limitaciones, pero también de mi fuerza, quiero creer que ya no tengo 13 años ni me he quedado bloqueada porque todo está gris, si no que tengo 28 y si me tapo el ojo izquierdo, todo está lleno de luz, y voy a hacer hasta lo imposible para mantenerla. Y si pese a ello al final todo se queda oscuro, quiero creer que podré continuar, con la ayuda y el amor de toda la gente que me quiere y nunca me deja sola, y con la fuerza de voluntad que tantas veces pienso que no tengo, pero que en realidad nunca me abandona. 

Lo llamaron Glaucoma, y a mi me cambiaron la vida. A mi madre le cambiaron la vida. Creo que se la cambiaron incluso a mi hermana. Dijeron una palabra y fue como nombrar a un universo entero. Y ya no hubo vuelta atrás. La llamaron Glaucoma, y cada vez que yo lo digo tengo la sensación de que todo se tambalea y es inestable. Pero no, no lo somos, somos una roca. Mi familia es una roca, aunque sea una roca desastrosa a veces. Somos fuertes y siempre hemos podido con todo lo que se nos ha cruzado. Vamos a seguir haciéndolo, con esto también.

Aunque a veces me muera de la pena, el miedo y el agobio. 
Yo quiero, yo puedo, yo voy a conseguirlo.



lunes, 25 de noviembre de 2019

Escaleras

Pasé la infancia subiendo por las escaleras a un cuarto piso sin ascensor. Al llegar, todas las puertas del rellano estaban abiertas, y olía a comida ya desde el tercero. Gritaba abuela y me recibían a besos, y automáticamente iba a la puerta de al lado, donde la vecina más maravillosa que jamás ha existido nos preparaba las croquetas más ricas que jamás he probado. 
A veces visitaba a las demás vecinas, que siempre me dejaban sentarme a su lado a ver la tele o a hacer crucigramas. Otras veces me quedaba jugando con mi abuelo, o dándole la lata y usándolo de juguete a él. Mi abuela solía ponerme comida que no me gustaba, pero no se me podía pasar por la cabeza dejar ni un poquito. Eso si, siempre tenía croquetas para compensar. Siempre quería fregar y ella no me dejaba, pero después de comer nos sentábamos los tres en el sofá, manta por encima en invierno, y veíamos la película que pusieran ese día en la 1. Ellos acababan roncando, y yo calentita y feliz entre ambos. 

Hoy estoy en ese portal, al pie de esas escaleras, y si subo sé que ya no habrá puertas abiertas en el rellano, ni olor a comida, ni croquetas, ni juegos, ni vecinas, ni abuelos.
La vida pasa y la vida se llevó a todas las personas que llenaban ese rellano de felicidad, se llevó la infancia que me dio una alegría que yo en aquel momento no valoré tanto como lo hago ahora, y un día cuatro firmas en un papel se llevaron mi posibilidad de volver a subir esas escaleras y sentir esa casa como mía. 

Ahora paso todas las semanas por el portal y aún me dan ganas de gritar "Abuelaa", a ver si se asoma a la terraza y dice "sube", y que entonces esas escaleras vuelvan a llevarme a uno de los lugares más increíbles que tuve en la vida. 

viernes, 1 de noviembre de 2019

¿Quién dijo miedo?

Dicen que la ansiedad es un exceso de futuro. Te obsesionas tanto con todo lo malo que puede pasar que acaba afectando a toda tu vida. Piensas en lo que no tienes, en cuánto te falta para alcanzarlo, en todas las cosas que tienes que hacer, en el tiempo que te queda, en la edad que tienes. 
En psicopatología he aprendido que la ansiedad no tiene porqué ser algo malo. Curioso, ¿verdad?

Uno de los mejores profesores que he tenido, el día de la presentación, dijo en clase (1º de bachillerato, yo tenía 19 años) que no nos agobiáramos, que aunque pareciera que no, todos conseguiríamos tener una casa, un trabajo, una familia e hijos el que los quisiera... y que al final todo no sería tan horrible como nos lo imaginamos. A mi esa frase me caló hondo. Pensé que tenía razón, que aunque parezca que no, al final todo llega.

He ido olvidando esa frase a lo largo de estos años, recordándola solo como algo vago y neblinoso. He dejado que el miedo me atenazara y las dudas me hicieran temblar.

Sin embargo, estoy en cuarto de carrera. Quién me iba a decir a mi aquel día de bachiller que yo acabaría una carrera, la carrera que tanto tiempo llevaba queriendo hacer. Quién iba a decirme a mi que tendría tantísimas cosas buenas a mis 28 años, quién iba a decirme a mi que después de todo lo pasado, sería tan afortunada. 
Porque es verdad, porque todo llega. 
Aunque pasen malas épocas, aunque a veces vuelva a pensar que todo es malo, aunque me centre en lo negativo.
Voy a terminar mi carrera, voy a conseguir un trabajo que va a gustarme, voy a ser feliz con mi hijo, en nuestra propia casa, con nuestros animales y nuestras normas, con nuestros momentos especiales. Voy a tener más hijos, ya sean naturales o adoptados, y si no los tengo da igual, porque mi José Manuel vale por diez. Voy a tener un piso decorado a mi gusto, voy a tener un futuro lleno de estrés, agobios, desesperaciones... pero también lleno de luz y de todo el amor del mundo. 

No sé si eso será dentro de dos años, de diez o de veinte, pero sé que será. Sé que no me importa estar sola, porque sola me basto, sé que no me importa que no crean en mi, porque yo creo, sé que me da igual tener momentos de ansiedad, épocas enteras de ansiedad y negatividad, porque después de esa tormenta, dentro de esa misma tormenta, está la calma que sé que me acompaña, que tengo en el fondo de mi misma desde que aprendí a quererme sola y a valorar todo lo que me rodea.

Hoy he pasado un día maravilloso con mi hijo, y eso es lo que quiero, lo único que me importa. Ser feliz, que él sea feliz, que estemos juntos.
Y eso nunca va a cambiar.

lunes, 23 de septiembre de 2019

Crecer

Crecer es una mierda ¿no creéis?

Llevo tres días aplazando esta entrada, pero ya no puedo seguir absorbiendo los sentimientos como si no estuvieran, permitiendo que me exploten dentro.
El sábado murió mi tío Luis, hermano de mi abuelo, y con él se ha ido lo que me quedaba de esas ilusiones y esperanzas infantiles, con él se ha ido la Irene que fui hasta 2001, la que creció de golpe en 2004, la niña que amaba a su familia por encima de todo. 
Últimamente me he dado cuenta de golpe de que he crecido, que de pronto los 16 desaparecieron hace más de 10 años, que ya no soy una niña, ni siquiera una adolescente. De que tengo un hijo que ya tiene 7 años, que dejé la libertad de la juventud a los 20, que ya ha pasado más de un tercio de mi vida, que ya nunca volverán aquellos años felices yendo a ver funciones de navidad con mis abuelos, ni las salidas con Rocío a comprar el pan, que mi gata nunca volverá a trepar por mi pierna antes de entrar a la ducha para que la coja. 

Siento que he perdido todo lo que me unía con mi yo de niña. Ya no están mis abuelos, ya no está mi gata, ya no está mi padre, ya no está Cristina, ya no está mi tío. ¿Cómo se despide una de lo que la hizo ser quién es?
Tengo la sensación de que han sido demasiadas pérdidas de golpe, parece que mi abuelo ha vuelto a morir y que vuelvo a sentirme tan perdida y sola como cuando se fue hace diez años. Solo que al menos en aquel momento tenía a mi gata.
Diez años. Ya han pasado diez años desde que se marchó una de las personas a las que más he querido en mi vida. Y sé que hoy estoy aquí, que continué con mi vida, que seguiré continuando, pero, ¿por qué leches tenemos que perder a tantos seres queridos por el camino? ¿Por qué no podía ser mi gata inmortal? ¿Por qué no pudo mi padre tomar otras decisiones que le hubieran mantenido cerca y bien? ¿Por qué tuve que ser la más pequeña de mi familia y por lo tanto la que menos tiempo pasó con mis abuelos? ¿Por qué no pudo mi abuelo conocer a mi hijo? ¿Por qué mi tío Luis no podrá venir a mi boda?
Estoy harta de las pérdidas, estoy harta de crecer, estoy harta de las responsabilidades, las preocupaciones, las decisiones constantes. Tengo mucho miedo cada vez que pienso en José Manuel y en que todo lo que yo hago le afecta a él y a su futuro. Tengo miedo de hacerle daño. Tengo miedo de no conseguir mis metas. Tengo miedo de seguir perdiendo aún más.

Echo de menos a mi gata. La echo tanto, tanto, tanto de menos que a veces me duele respirar. Me da mucho miedo que empiece el invierno, porque no sé como se pasan los inviernos sin ella. La necesito cada vez que entro por la puerta, cada vez que me siento feliz, cada vez que rompo en llanto, la echo de menos cada vez que miro a su hija y la veo tan sola.
¿Sabéis en la mano de quién se durmió por primera vez? En la mano de mi tío Luis. Su casa en la Algaba fue la primera que mi gata pisó, pues cuando nos la regalaron iba con mis abuelos camino de ver a mis tíos en el pueblo. Tengo ese día grabado a fuego, a mi tío Luis con la mano en alto sin poder merendar porque la gata se había quedado frita y le daba pena moverla. A mi tía Encarni poniéndole un plato de leche en el suelo. A mi misma mirando a mi gata y a mi familia con adoración. 
Y ahora ninguno de ellos está. Ni mi tío, ni mis abuelos, ni mi gata. 
Ojalá mi tía Encarni aún esté mucho tiempo.

Echo de menos la risa de mi abuelo, esa risa maravillosa, ese carácter tan bromista, esa manía de ser tan pesado que hasta te enfadaba, y entonces al enfadarte se enfadaba él. Echo de menos sus arranques de cariño, su interés por mi vida y todo lo que yo hacía. 

Crecer es una mierda. 
Y aquí estoy, creciendo. Y aquí está mi hijo, creciendo también. Y hay seres queridos que han crecido tanto que se han ido. Y nos toca a los que nos quedamos seguir adelante sin ellos, recordándolos, pensando en ellos cada dos minutos, cada dos días, cada dos segundos. Y nos toca preguntarnos continuamente por qué, por qué tienen que ser así las cosas. Por qué no pudimos quedarnos en aquellos años donde todo era mucho más fácil, aunque en aquel momento no fuéramos conscientes. 
En 2001 yo tenía a mi gata, a mis abuelos, a todos mis tíos, a mi padre, a Cristina. Tenía hasta mi vista intacta. Yo en 2001 lo tenía todo, incluso aunque me martirizaran cada día en el colegio. 

No quiero seguir creciendo, no quiero seguir perdiendo. Necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata. 
Han sido 18 años, 18 años sabiendo que si me sentía sola la tenía a ella, ahora me siento sola y ya no tengo nada, ya no viene a refregarse contra mi cuello. Ya no está mi abuelo para hacerme reír o rabiar. Ya ni siquiera está mi hermana para pegarme hablando con ella hasta las tres de la mañana.


Y ahora tengo que ser fuerte, secarme las lágrimas, serenarme, irme a dormir, levantarme mañana y seguir con mi vida, ayudar a mi hijo, estudiar, ir a clase, hacer epds, tomar la siguiente decisión, seguir creciendo. 
Pero ojalá poder parar el tiempo. Ojalá poder volver atrás aunque solo fuera un ratito, para abrazar más fuerte, para hablar más, para aprovechar más el tiempo, para disfrutar una vez más de sus sonrisas, de sus charlas, de sus ronroneos. 

Ojalá dejar de crecer sin que eso significara morir. Ojalá poder quedarte para siempre con las cosas y personas buenas de tu vida. 
Ojalá todos aquellos que ya no están aquí ahora estén disfrutando mucho allá donde estén, y se cuiden entre ellos, y nos cuiden a nosotros. 
Y ojalá nos ayuden a eso tan horrible e inevitable;
Crecer.

sábado, 20 de julio de 2019

Dolores de cabeza

Llevo dos días con un dolor de cabeza continuo. No se va, es perenne. A veces es más fuerte y otras más leve, pero siempre es constante, y me está amargando la existencia.
También estoy constantemente triste y apagada, sin saber porqué. Sé algunas razones, pero no son suficientes para la desazón que siento. No tengo ganas de hacer nada, de moverme, de pensar. 
Ojalá poder pasar el día a base de dormir y leer. Llevo 4 libros en 5 días, y me sabe a poco. Esta tarde iba a empezar el quinto y no he podido por el dolor de cabeza excesivo.

Me estoy quedando dormida mientras escribo, y solo deseo que esto pase pronto, porque creo que no puedo sobrellevar los sentimientos que me están llenando.

miércoles, 10 de julio de 2019

Mimi

Hace 18 años y medio mis abuelos me hicieron el mejor regalo que nadie me ha hecho en la vida. 
Fue en marzo de 2001, yo tenía 9 años, y en un mercadillo un señor me puso de golpe un gato en las manos y me dijo que me lo llevara. Yo insistí diciendo que no, porque mi madre no me dejaba, pero mis abuelos aparecieron y me dijeron que me lo llevara, que ellos se ocuparian de mi madre. El señor me dijo que era una gata y tenía 25 días, había nacido el 14 de febrero. Me la llevé super feliz y mi abuelo me preguntó "¿Cómo se le vas a poner?" y yo automáticamente dije "Mimi", porque ese nombre llevaba semanas rondando mi cabeza como un buen nombre para una mascota. Era el diminutivo de Miriam por el que llamaban a una compañera de clase.
Mi madre le montó un pollo tremendo a mis abuelos cuando llegamos y dijo "bueno, pero se queda solo hasta que se haga grande, después os la lleváis al campo" 

El viernes, tras los mejores 18 años de mi vida, se la llevaron con ellos, allá donde quiera que estén. 

Hace once años también se fue mi Babel, la perra que teníamos cuando Mimi llegó a casa, y que la adoptó como si fuera su hija. Mi gata lo pasó tremendamente mal cuando ella murió, y ahora me la imagino super feliz de nuevo con ella, con mis abuelos, con Onara y Micu, jugando con botes de lacasitos.

Han pasado 5 días y sigo sin saber como procesarlo, como aceptarlo, como seguir adelante sin ella. Siento su ausencia en cada rincón de la casa, y cada vez que entro y no la veo en el sofá el mundo se me viene encima. Por más que la busco no está en ningún sitio, y yo tengo que aprender a vivir con ello.
Estaba muy malita, y cuando dejó de comer y beber el veterinario nos dijo que lo mejor para ella era dormirla, y se durmió en mis brazos mientras la abrazaba fuerte, porque no quería que se fuera, porque pese a saber que el día tendría que llegar en algún momento, aun no estaba lista. Sigo sin estar lista. 
No he sido capaz de contárselo a nadie, de hablarlo con nadie. No soy capaz de pararme y explicar las razones su marcha, ni de decir cómo me siento. Porque todo eso lo hace real, hace que no pueda evadirme y pensar que no ha pasado, y que si bajo estará metida en el escurridor de platos o maullando para pedir comida.
Me duele el alma cada día, cuando me despierto y me doy cuenta de que su pérdida es real, no he dejado de tener pesadillas desde el viernes, y aunque intento continuamente hacer mi vida normal, y ser feliz, y disfrutar de cosas como aprobarlas todas, que mi hermana haya terminado la carrera, que todo vaya bien en general... por dentro siento que no podré volver a ser feliz, aunque sepa que seguramente sea una exageración.

No recuerdo lo que es vivir sin ella, no sé cómo se hace, no sé quien va a dormir conmigo en los inviernos, quién va a venir a consolarme cuando llore o esté triste, quién va a meter la pata por medio cada vez que esté comiendo. 
Lo único que pido es que de verdad exista el cielo, o una vida más allá, que me asegure que voy a volver a verla y estar con ella algún día, que ese abrazo no es el último que voy a darle, que va a volver a dejarme cicatrices y arañazos por todos lados.

Gracias por ser mi mejor amiga, gracias por acompañarme, por no dejarme nunca sola, por haberme ayudado a crecer, gracias por tus 18 años y medio de vida, por haber aguantado aún dos años desde que te diagnosticaron la enfermedad, gracias por ser el mayor apoyo que he tenido, y por mejorarlo todo solo con tu presencia. Espero haber sido para ti al menos la mitad de lo que has sido para mi, y nunca, jamás, podré olvidarte ni sustituirte, porque eres lo mejor que he tenido en toda mi vida, y nada ni nadie podrá igualarte.
Me quedo con tu huella tatuada en mi piel.

Te amo, aquí y en todas las vidas posibles. 



martes, 2 de julio de 2019

Estrellas Fugaces

¿Cómo desaparecen las personas de tu vida? Esas personas tan importantes, con las que tanto hablabas, que tanto sabían de ti... ¿cómo pasan a ser casi desconocidos?

Cuando hay una pelea, una discusión, un problema... es fácil de entender, es verdad que no siempre, pero al menos puedes encontrarle cierta lógica. ¿Pero y esas personas que simplemente desaparecen? Que cambian la conversación semanal por el silencio, que dejan un vacío que no se puede llenar porque ni siquiera sabes cómo se ha formado.

¿Y tu qué dices corazón?
Que no se me acomode el amor pa cuando estalle.
¿Y tu qué dices corazón?
Que me tiendas al sol en plena calle.
¿Y tu qué dices corazón?
Que el tiempo es la fragua que aprieta mis alambres.
¿Y tu qué dices corazón?
Que te calles, que te calles, que te calles.


Las echas de menos, sientes que te falta algo, pero no sabes cómo solucionarlo, no sabes cómo arreglar algo que no terminas de entender cómo se ha roto ni porqué. 
Y vuelves a sentirte responsable, el mundo se te viene encima y la presión en el pecho te ahoga. Otra vez. Como siempre. 
¿A cuántas personas tenemos que perder para dejar de aferrarnos a los que nos rodean?
Tenia que pasar, ¿no?. Tenia que romperme en algún momento, La situación acabaría por vencerme tarde o temprano, y, aunque he intentado evitarlo, al final es algo inevitable.

Claro que no puedo ver cómo todo se acaba
Te vas cuando todo llega y llego cuando tú te vas
Claro que depende todo de cómo miraba
Si el cielo tan solo es cielo, ¿por qué no puedo llegar?


Estoy tan cansada de todo que no se cómo me mantengo. Lo intento, y lo intento, y lo intento. Pero no sirve, al final nunca sirve. Al final queda lo de siempre, la frustración. 
Y las ganas de aislarme me superan. Las ganas de desaparecer, de no volver a hablar con absolutamente nadie. 

Puto Spotify, que parece que tiene el don de la oportunidad. 
Pero esta vez lo quito, no pienso hacerme mas daño si puedo evitarlo.

Normalmente cuando escribo termino con una decisión tomada, elijo qué camino seguir tras desenredar mis nudos. Pero esta vez no se qué decisión tomar, porque siento que ya lo intenté todo, que solo me queda aceptar la realidad. Y no quiero hacerlo, no quiero aceptar que he perdido de esta manera a tres de las personas mas importantes que ha habido en mi vida. Porque una parte de mi piensa que no las he perdido. Porque soy la imbécil que nunca pierde la esperanza.

Qué asco sentirse así. 


Acabo de pegarme como media hora llorando, y he acabado enviándole un mensaje kilométrico a Rocío por whatsapp. Aún tengo las gafas manchadas y los ojos encharcados. Y no sé si me arrepentiré, si podría haberlo hecho mejor, o diferente. Pero voy a terminarme el capítulo de Glee, quizá a leer un rato, y a dormir hasta que el cuerpo me lo pida.

Tengo examen el viernes y aún me queda mucho que estudiar.

Y sin embargo, se me dilatan las pupilas al verte, 
se me corta el aire si te tengo enfrente;
sólo pido que no tengas compasión, si aún me quieres.
Y mientras tanto me sobrevuelan las estrellas fugaces, 

y me suplican por favor que me decante, que ya no pueden desear por mi:
ni conmigo, ni sin ti.

sábado, 29 de junio de 2019

Aquel lugar especial

Hoy he pasado por un lugar que me ha hecho mucho daño. 
No me lo esperaba, no estaba pensando en nada relacionado, y de golpe ahí estaba, enfrente mía, el cartel luminoso con su nombre. 
He sentido que se me rompía algo por dentro.
Se me ha roto ya no por los hechos, si no por dónde ocurrieron. El mundo se me ha venido encima.
Me han dado muchas ganas de llorar, y he tenido que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para disimular, para poner buena cara, para reírme, para hablar de otras cosas, para no romper ese momento de felicidad que estaba teniendo. 
Por dentro estaba llorando a mares. He decidido que en cuanto llegara a casa me pondría a escribir, para al menos poder soltar la carga sin hacerme daño.

Una vez más he vuelto a pensar en lo estúpida que soy por darle importancia a lugares que claramente no la tienen para las otras personas implicadas. Cuántas veces he pensado "aquí no haré X, porque a tal le dolería", siempre tiño de especiales muchas cosas que al final solo son especiales para mi. Y me siento muy tonta, y siento que sigo siendo una cría que nunca va a madurar y que vive en cuentos de hadas con final feliz.

Hacía ya mucho tiempo que estaba bien con ese tema, y que otros lugares no me hacían daño. Creo que hoy este me ha dolido por eso, porque toda mi vida fue especial para mí, y con él cobró el triple de significado. Porque aquel día de noviembre sentí que murió una parte de la niña que fui, que cada día miraba aquel lugar imaginando un futuro precioso.
Muchas veces me he planteado volver, y hacerlo mio de nuevo, tapar la mancha de dolor que lo inunda fabricando nuevos recuerdos. Pero al final nunca me atrevo, porque no sé cómo reaccionaré estando allí.

Desde aquel día siempre tengo la misma pregunta, ¿Por qué allí? ¿por qué no en otra de las miles opciones que había? Y la única respuesta posible siempre es la misma. 
Porque solo era un sitio especial para mi. Porque de nuevo le di demasiada importancia a las cosas. Porque hay capítulos que se borran sin que tu te des ni cuenta.

Y ahora estoy aquí, una vez más, pensando en aquello. Pensando en que solo te hace daño lo que tu permitas que lo haga, pero a la vez dándome cuenta de lo difícil que es controlarlo.

Soy consciente, otra vez, de cómo he cambiado desde noviembre, de cómo ya no le doy importancia a los lugares ni a las cosas que hacemos, ni las convierto en algo especial, porque creo que en cualquier momento se volverán en mi contra. Por un lado pienso en lo triste de ese cambio, porque siempre me he sentido orgullosa de esa parte de mi que todo lo veía especial. Por otro lado veo la utilidad, como me protege de los futuros daños, y me siento bien. Aunque me duela haber tenido que cambiar.

Quizá hoy me acueste llorando. Quizá nunca vuelva a pisar aquel lugar, o lo pise pero con otra persona. Quizá el dolor nunca se vaya y yo nunca vuelva a colocar el cartelito de "especial" en ningún sitio.
Pero he podido seguir adelante, una vez más, con todo ese dolor atravesándome el pecho. He conseguido buscar la felicidad que merezco. 

Y quizá, con suerte y esfuerzo, algún día pasaré por allí, y el dolor que he sentido hoy será solo un simple recuerdo de algo que ya superé.
O quizá la herida nunca se cierre, y me sangre de nuevo todas las veces que ese cartel luminoso se refleje en mis pupilas.

jueves, 20 de junio de 2019

Agotamiento mental

El agotamiento mental existe. Y te hace sentirte inútil, te bloquea y no te deja moverte. Pero tu vas y te mueves. Y terminas incluso lo que te parece interminable.

No sé si es peor el agotamiento mental o la sensación que se te queda cuando ya no necesitas seguir haciendo el esfuerzo que te estaba saturando, es una mezcla de alivio y muchas ganas de llorar y verlo todo oscuro. Es la segunda vez en mi vida que me pasa, y no se lo deseo a nadie.

Joshua lleva varias noches salvándome de mi misma, y no sé cómo agradecérselo, pero creo que sin ese apoyo habría acabado mucho peor. Y eso me hace recordar, una vez más, que aunque nos empeñemos en caminar solos, no podemos. No se puede. 
Bueno, si se puede, pero a la larga siempre es peor para nosotros mismos, salimos más dañados, más cansados, más hartos. Las personas que nos rodean están para hacernos la vida más fácil, para crear puentes cuando estamos frente al precipicio, para recordarnos que merecemos la pena. Y eso a veces se nos olvida, cuando nos da por pensar que realmente no están, cuando los sentimientos de soledad nos inundan... cuesta sacar las fuerzas para pedir ayuda, o aceptar la que nos ofrecen sin pedirla, pero al final merece la pena.

El agotamiento mental existe, el sobreesfuerzo emocional también. Pero sobrevivimos porque no estamos solos, aunque creamos lo contrario la mayor parte del tiempo. Sobrevivimos porque sabemos que en algún momento alguien se alegrará por nosotros, y nos regalará su tiempo y su sonrisa, incluso cuando pensemos que es mejor no confiar nunca en nadie más. Al final siempre hay alguien. Al final el agotamiento mental se pasa, y la vida vuelve a tomar su cauce, aunque sea frenético, estrambótico y fuera de lo común.

Aunque tú seas una montaña rusa.


Qué ganas con llegar, si igual te irás con el viento 
Qué ganas con colarte siempre en cada canción
Qué ganas con sacarme la verdad cuando miento 
Y fallo en el intento de ocultarte mi amor

Ella me llama, me llama, y no sé qué hacer
Llama y me llama y si volveré
Porque tú eres mi pasado y lo mejor que me había pasado también
Y me llama y me llama y no sé qué hacer
Llama y me llama y si volveré
El no poder entendernos es lo que no logro entender
Y cómo voy a darte mi mundo entero si ya no estoy entero pa darte el mundo

Me pusiste la luna en las manos
Te gané sin temblar de un asalto
Nos rompimos el alma en pedazos
Me reclaman los años si no estás aquí
Y me niego a borrar los mensajes
Prender fuego a la casa no sirve
El amor cambia, nunca se extingue
Cualquier día la lluvia nos vuelve a sentir

Ay, déjate querer 
Quiero entrar en tu piel
Si tu papá pregunta, dile que eres mía también
El que no nada se ahoga
Los besos también se roban
A mí que me condenen, que el momento es ahora

¡Hazlo! Como si ya no te jugaras nada
Como si fueras a morir mañana
Aunque lo veas demasiado lejos ¡oh, oh!
¡Hazlo! Como si no supieras que se acaba
Como si fueras a morir mañana

Me muero, como aquel soldadito de hierro
Que aguanta de pie en la batalla
Con miedo, temblando, dispara
Y no quiero despedirme de estos años
Que no, no voy a dejarte de la mano
Voy a robarle todo el tiempo que pueda al amor
Despertarme y que estés a mi lado
Y el sol pinte nuestra habitación

sábado, 15 de junio de 2019

Seguimos en el ring

Tengo tantos pensamientos en la cabeza que siento que va a explotarme. No consigo aclarar nada en mi cabeza, no consigo tomar decisiones. Siento que voy cuesta abajo. Me va a explotar y me va a explotar y me va a explotar y me va a explotar.

¿Qué hago? ¿Qué cojones hago? 
¿Cómo se supone que puedo tomar decisiones sobre esto? 

¿No me decido por miedo, o porque realmente tengo dudas?

Eso es lo que más me atraviesa, que a veces siento que no tomo la decisión por miedo, y no porque no quiera.

Joder. No sé que hacer con mi vida ni con nada. Y la cabeza va a explotarme. Y quiero llorar todo el rato, y gritar fuerte. Y salir corriendo. Ojalá salir corriendo.
La desesperación me puede, me supera y me vence.  

Estoy cansada de siempre sentirme así, estoy tan cansada... 
¿Por qué lo sigo intentando? ¿Para qué, si nada cambia?


Pasan los años y seguimos en el ring, mi corazón te sigue amando, mi cabeza pide huir...


viernes, 14 de junio de 2019

Ésa sonrisa

¿Sabes ese momento, cuando recuerdas ésa sonrisa que provoca que tu mundo se vuelva del revés?
Esa sonrisa que automáticamente consigue que tengas un buen día.
La felicidad que te inunda, los  momentos, la paz que te invade...
Y sólo por una sonrisa.
No.
Sólo por el simple recuerdo de una sonrisa.
Pero es que esa sonrisa es diferente, es especial. Hace que te den ganas de saltar, reír, llorar de alegría.
Consigue que hasta el peor acontecimiento se convierta en algo hermoso.
Porque así es ella. Ésa sonrisa.
Irrepetible, única.
Y te das cuenta de que no necesitas nada más, que ya lo tienes todo.
Porque esa sonrisa está a tu lado.
Así que te pones en pie, vas hacia el espejo, levantas la cara...
Y allí está. Contigo.
Tu sonrisa.
La que es capaz de mover montañas y cruzar océanos.
La que te recuerda, una vez más, que puedes con todo.
Ésa sonrisa.
La de verdad. La única. La incomparable.
La tuya.

lunes, 10 de junio de 2019

Aprender a caminar sola

Ayer estuve muy mal, y en mitad de la desesperación me di cuenta de que no tenía nadie con quien hablarlo, a quién contárselo.

Lo explicaré mejor. Sí que tengo a personas con las que si necesito hablar van a escucharme, aconsejarme y hacer lo imposible para que me sienta mejor, pero... no conseguí que ninguna de ellas me diera el valor o la confianza suficiente como para hablarlo. Algunas porque creí que no lo entenderían, otras porque no serían imparciales, otras porque ya casi no hablamos y me resultaba raro hablar solo para eso, otras porque ya sabía lo que iban a decirme, por lo que al final, simplemente, no lo hablé con nadie.
El caso es que me di cuenta de pronto de que tenía que caminar sola. Y ahora otra vez he pensado en lo mismo. Me he dado cuenta de que cada vez hablo menos con la gente y me cierro más en mi.

Pero tampoco me apetece remediarlo.
¿Será que estoy volviendo a lo que pasé el verano pasado?


domingo, 9 de junio de 2019

Rendirse es necesario

A veces parece que el universo se pone de acuerdo para mandarte todos los pensamientos negativos de golpe en un día. Que te hace verlo todo negro, sin solución, triste. Y tu te quedas boqueando, en shock y sin recordar como se respira ni cómo se sigue adelante.

Se que esta sensación se pasará. Hay una parte de mi que lo sabe. Pero la otra solo piensa que siempre voy a seguir igual y que las cosas no van a solucionarse, que otras cosas irán a peor, que no hay remedio a nada.

Intento buscar soluciones para sentirme mejor conmigo misma, pero no son sencillas. Me rindo porque no me queda otra, y porque me lo debo permitir alguna vez. Rendirse es necesario en ciertas ocasiones.

Me estoy agobiando solo de seguir pensando. Necesito escapar de mi vida, aunque solo fueran unos días. Ojalá pudiera huir.

Siento que me estoy ahogando...

jueves, 6 de junio de 2019

Terrores

Estoy muy agobiada y asustada. Tengo que terminar el diario de campo, del que llevo poquísimos días y un retraso en la entrega de casi un mes. Tengo la semana que viene dos exámenes de segunda convocatoria, que si no apruebo me costarán segundas matrículas. 
He dejado un examen sin hacer, y ahora tendré que presentarme el 5 de Julio. 
Tengo que ir a gestionar las prácticas del año que viene, y echar la matrícula del niño en el colegio, y que Dani me de los papeles para la solicitud del comedor y el aula matinal. Tengo médicos con el niño, y también para mi.

Tengo la sensación de que me ahogo. Siento de verdad que me ahogo y que las obligaciones me aplastan. No quiero hacer nada, y ese "no quiero, no quiero, no quiero, no quiero" me define y me bloquea. Estoy absoluta y totalmente bloqueada.
Iba bien hasta la semana pasada, y no sé qué se ha torcido en mi cabeza para estar ahora mismo así. O quizá es que he esperado demasiado para todo. 
Siento que no puedo, aunque sepa que ya me he demostrado muchas veces que sí.

Necesito encontrar fuerzas en algún sitio o de alguna forma, y necesito dejar de sentirme como me siento, ya no solo en el ámbito académico o de obligaciones, si no en todo. En eso que me ronda la cabeza y me hace sentir una desesperanza enorme.


"Pero yo puedo, siempre podré"

martes, 4 de junio de 2019

La peor versión de mi

Soy un auténtico desastre.
Tengo un don especial, y sé que muchas personas darían un brazo por tenerlo, pero yo no lo aprovecho, simplemente lo malgasto, lo uso a última hora, lo dejo pasar sin conseguir todo lo que seria capaz si lo usara en condiciones.

Me cuesta muchísimo centrarme, no quiero estudiar, no quiero hacer trabajos, lo dejo para última hora, pierdo el tiempo, busco distracciones... cualquier cosa antes de hacer lo que debo.
Y luego me siento mal, y pienso en las pedazo de notas que podría sacar si hiciera un mínimo esfuerzo. Es más, pienso en las notas que de hecho saco con un mínimo esfuerzo, y lo brutales que serían solo con un hacer un esfuerzo medio. 
Hay amigos que piensan que mi capacidad para hacer las cosas a última hora y que salgan muy bien es una suerte, y yo lo veo una maldición. He sacado sobresalientes en exámenes donde solo estudié una tarde, en trabajos que hice en unas horas. Y sí, los hice bien, ¿pero imagináis cómo hubieran salido si fuera capaz de ser constante desde el principio? 

Tengo una capacidad increíble para retener información, entiendo textos con rapidez, soy buena redactando... solo con ir a clase ya tengo el 90% hecho de cara a los exámenes. Pero no lo aprovecho. No voy a clase, no estudio ni un mínimo, y, al hacer los trabajos el último día, los hago rápido y corriendo, por lo que salen mucho peor de lo que podrían ser.
Llevo tres años en la carrera, y salvo el primer semestre del primero, no he sido capaz de ser constante, de estudiar más a menudo, de esforzarme. Me bloqueo en un "no tengo ganas, no quiero", y finalmente no lo hago. Y pierdo oportunidades inigualables. 

Podría ser el mejor expediente académico de mi carrera, y, aunque suene creído, sé que realmente podría serlo, si me hubiera dado la gana de ponerme a ello. Pero no, prefiero quedarme en la media, prefiero quedarme en las segundas convocatorias, en el mínimo esfuerzo... y me pierdo. Y luego me siento mal, y me odio a mi misma, y me enfado, y me prometo que el año que viene cambiaré las cosas.
Pero luego nunca las cambio.

Y aquí sigo, a 19 horas de un examen cuyos apuntes no he tocado, con un trabajo sin terminar que lleva ya dos semanas de retraso en la entrega, y sin hacer nada. Habiendo perdido todo el día, toda la semana. 
Me siento gilipollas, en serio. Ojalá algún día arregle mi cerebro, porque vaya desperdicio...



martes, 28 de mayo de 2019

Las cosas que no pude responder

28 de Mayo. Cuatro meses sin escribir. Creo que es la primera vez que pasa tanto tiempo desde que en 2014 volví a usar esta vía de escape. No sé si eso significa que he estado lo suficientemente bien como para no necesitarla, o si he estado escondiendo, apartando y rehuyendo los sentimientos negativos.

Suelo preguntarme por qué. Por qué soy tan intensa en todos los sentidos, por qué tengo tantos nudos en la cabeza, por qué me cuestan tanto las cosas, por qué le doy vueltas a todo. Por qué no consigo olvidar.
¿Por qué no puedo olvidar? ¿Avanzar? Siento que estoy estancada emocionalmente en un lugar que no me gusta, que me hace sentir cosas que odio, que no me deja vivir de forma sana. Y tras tanto tiempo, sigo sin saber como seguir adelante cuando pienso en ello, cuando los fantasmas me cubren y lo vuelven todo negro.

Creo que hoy es la primera vez que en vez de la rabia, me ha invadido la tristeza. No sé si eso es un paso hacia delante o hacia atrás, o simplemente no es ningún paso. Pero creo que prefiero esta tristeza a la rabia agresiva, visceral y dañina que suele apoderarse de mi cuando ciertos pensamientos me atrapan. 

Sigo sintiendo que no soy suficiente, sigo sintiendo que no sé si hice bien, si tomamos la decisión correcta. Sigo sintiéndome atrapada, incluso cuando estoy feliz. Sigo sin saber cómo va a acabar esto. Sigue doliéndome el pecho, sigo notando el agujero negro que hace que todo el dolor se cuele y me invada.
Me paso el día deseando que existieran las máquinas del tiempo, y en el fondo sé que esa nunca será la solución, aunque todo mi ser desee que ciertas cosas nunca hubieran pasado.
Y vuelvo a ir del odio a la tristeza, de la confusión a la duda. Y vuelvo a llorar, una vez más.

Entonces pienso en Rocío, en sus palabras de hace ya... 15 años, que se dicen pronto. "Tu estás aquí, llorando, pero piensa, ¿cómo está él? ¿está igual? No, está feliz y tranquilo mientras tu estás aquí así"
Han pasado 15 años y me sigo sintiendo idiota al recordar aquello. Y me vuelvo a sentir idiota al darme cuenta de que lo repito una y otra vez, aunque las personas que lo causan sean distintas. Tengo la voz de Rocío sonando en mi cabeza, su cara de enfado, frustración y preocupación, y la quiero cien veces más que ayer. 

Estoy pensando en aquel año, aquel curso 2014/15, y me estoy dando cuenta de que pude. Pude. Pude incluso con el shock de que todo aquello me provocara pérdida de visión en el ojo derecho, que siempre había tenido bien. Mi salud no pudo tanto, pero yo si, mi salud mental y emocional pudo. Saqué primero de bachillerato, después de tantos años. Sobreviví al infierno, al dolor máximo, a las mentiras, a la guerra. Fui feliz. 
Después de aquello fui feliz, realmente feliz. Tras junio de 2015 comencé la época más feliz de mi vida, y no estoy exagerando. No recuerdo en toda mi vida una época más feliz que aquella. 
Se fue a la mierda de golpe, por volver a ser la estúpida que se deja influenciar por quien no busca nada bueno para ella, si no para si mismo. Supongo que ser una idiota no se supera tan fácilmente.
Echo mucho de menos a aquella Irene de 2015/2016. La que sacó solo nueves y dieces en segundo de bachillerato, un 11,5 en selectividad y tres matrículas de honor en su primer semestre de universidad. Estoy muy orgullosa de aquella Irene. Pero ahora no sé cómo rescatarla y hacer que vuelva.

Seguiré intentándolo.



¿Por qué aún sientes dentro de tu pecho todos los latidos de mi cuerpo?
¿Por qué no dejo de sentir que todavía formas parte de mi piel?
¿Por qué decides que te quieres volver loca cuando yo me he vuelto cuerdo?
¿Por qué intentamos avanzar mirando de reojo lo que pudo ser?
¿Por qué las cosas que arreglamos al besarnos las rompemos con palabras?
¿Por qué si yo te digo "adiós"... el corazón me dice "inténtalo otra vez"?
¿Por qué parece que sólo nos entendemos con las luces apagadas?
¿Quién diablos sabe calcular bien la distancia que debemos mantener?
El corazón... es un alumno limitado que nunca aprende.
El corazón... siempre la misma asignatura para septiembre.

¿Por qué es tan raro que el amor siempre resiste mucho más de lo que dura?
¿Por qué hay cuestiones en mi piel que sólo puede respondérmelas tu piel?
¿Por qué si vuelves a mandar algún mensaje aún se me rompen las costuras?
¿Por qué hacemos cosas que juramos que no llegaríamos hacer?
¿Por qué si aún sientes lo de antes tus ojos me dicen "ya no me haces falta"?
¿Por qué si siento lo de siempre no me atrevo a decirte "quédate"?
¿Por qué será que la felicidad ya nunca nos devuelve la llamada?
Creo que llamaré a esta canción "las cosas que no pude responder".
El corazón... que sale a caminar con los cordones desatados.
El corazón serán los restos de un tal vez que no ha cicatrizado.
El corazón parece ser que está empeñado en que lleguemos tarde…
El corazón…que ya está acostumbrado a caminar sobre un alambre...
El corazón...


martes, 22 de enero de 2019

Fantasmas

Hay muchas formas de afrontar el dolor.
Sinceramente, no sé si unas son más buenas que otras. Imagino que la opinión popular (no sé si la profesional) es que hay algunas que no son sanas, pero... ¿y si te sirven, aunque sea solo temporalmente? Puede que sean solo una tirita, pero es una tirita que calma el dolor un rato.

Hay personas que afrontan el dolor con odio. Que deciden contraatacar a su dolor con más daño, y que todo lo malo que sienten por dentro lo expulsan contra lo que les provoca ese sentimiento, y, al final, se sienten más tranquilas, más relajadas.

Hay otras personas que prefieren no aceptar el dolor, que se engañan a sí mismas y se repiten, incluso inconscientemente, que no ha pasado, que no duele, que no es real.

Están también las personas que se flagelan, las que lo recuerdan cada día a cada hora y se bañan en ese dolor para que las inunde, las que prefieren tenerlo todo el rato presente para que no se vaya de sus vidas, porque quizá de esa manera deje de doler mucho antes.

Yo, a mis fantasmas, los ignoro. Esa es mi manera de afrontar el dolor. Están ahí, no está superado, no se han ido, pero decido ignorar el dolor y olvidarme de él. Normalmente me funciona bastante bien, el problema viene cuando algo me recuerda ese dolor y no se como manejarlo, cuando no sé qué hacer para que no me desborde.

La mayor parte de las veces que ha pasado algo que me ha hecho mucho daño me he llevado un tiempo muy muy mal, y luego, de pronto, parece que todo está superado y que el dolor se ha ido. Sin embargo no es real, el dolor sigue ahí, esperando para salir a flote en cuanto algún fantasma ronde cerca.
Fantasmas. Es curioso como permito que me persigan, como los mantengo en mi vida.

Ojalá algún día aprenda no solo a afrontar el dolor, si no a superarlo, a aceptarlo en mi vida sin que me haga daño.

Hasta entonces ojalá que él me dijera cosas feas y malas de ella cada vez que me vuelve a rondar, soy así de infantil 路‍♀️

Hoy el dolor me ha superado
Siento que pierdo la razón 
Una vez más el ha ganado
Y la rabia no tiene compasión

¿Quién soy, que no me reconozco?
¿A quién le estoy pidiendo perdón?

domingo, 6 de enero de 2019

Magia de reyes

Tenía 12 años cuando me dijeron que los reyes magos no existían. Me lo contó mi hermana, siendo ya navidad, a raíz de que yo le dijera, súper convencida "ya sé que los reyes son los padres, verdad?" Y que ella, contra todo pronóstico (por mi parte) me dijera que si, que lo eran. 
Y yo pregunté "¿y papá noel?" "Sí" "¿y el ratoncito Pérez?" "También".

Luego, la gran pregunta, el misterio de mi vida, la razón de que aún con mis 12 años siguiera creyendo.
"Pero, y entonces, ¿el día que no había juguetes y después aparecieron?"

No recuerdo si mi tono sonó tan desesperado como yo me sentía por dentro. Llevaba años discutiéndole a mis amigos aquella realidad, que para mi los reyes eran tan ciertos como el aire, y ellos ya no creían. Ninguno. Pero yo me mantenía firme en mis ideas, pese a estar rodeada de personas y situaciones que decían que no eran reales, que eran los padres.

Recuerdo cada "Si" de mi hermana como una losa. Y recuerdo la explicación de los reyes del 98 como una de las cosas más duras que he oído en mi vida.

Y es que resulta, que cuando yo tenía 6 años, los reyes hicieron magia.

Me desperté esa mañana del 6 de Enero del 98, y salí al salón acompañada de mi padre y mi hermana para ver los regalos de los reyes. Pero, para mi sorpresa, encima de mi sofá lo único que encontré fue un platito con carbón y un mini paquete de lacasitos. No me lo creía, y me desesperé profundamente. 
Me fui corriendo con mi madre, a su cama, llorando desconsolada, y conmigo vinieron mi padre, mi hermana, y hasta Babel, nuestra perra. Nos sentamos todos en la cama, y mi madre me consoló y me dijo que intentaríamos arreglarlo, me preguntó si yo iba a ser buena y portarme bien y le aseguré que sí. Continuó e hizo que todos cerrásemos los ojos y juntásemos las manos para rezar. Mientras, ella y yo pedimos en voz alta a los reyes que prometía portarme bien siempre y ser buena, y que no volvería a pasar que me portara tan mal como para que me dejasen carbón. 
Tras eso, abrí los ojos y allí seguíamos todos, mi madre, mi padre, mi hermana y mi perra, con los ojos recién abiertos. 
Juntos los cuatro, nos fuimos al salón, y, por arte de magia, allí estaban todos mis juguetes, con el platito de carbón en medio.

Aquel año me trajeron una de las cosas que más había pedido, y el que creo que es, incluso a día de hoy, mi regalo favorito de todos los tiempos de reyes, la casa grande de Barbie, además fue el año que más cosas me trajeron (hasta ser ya adulta). Aluciné tanto al ver aquello que estuve otros seis años más totalmente convencida de que los reyes existían, de que era magia, y que esa era mi prueba, pasara lo que pasara. Porque los cuatro estábamos en la habitación y los regalos aparecieron solos.

Hace ahora 15 años, mi hermana me reveló que mientras yo y mi madre rezábamos con los ojos cerrados, ella y mi padre fueron en silencio a la cocina, donde estaban mis juguetes, y los fueron colocando todos en su sitio. Luego volvieron a la habitación, se sentaron en la misma posición, y yo abrí los ojos. Una operación perfecta.

Aún me duele.

Porque defendí a uñas y dientes algo que resultó ser... mentira.

La mayor parte del tiempo digo que lo agradezco, porque me dieron muchos más años de ilusión que al resto de personas que me rodeaban. Hay otras veces que me siento tan estafada que me enfado, y pienso que no merecía la pena. 
Intento quedarme siempre con el sentimiento de gratitud.

Aquel día, cuando descubrí la verdad, mi hermana se lo dijo a mis padres mientras almorzábamos 
"Mamá, papá, Irene ya sabe la verdad sobre los reyes"
"¿Qué verdad?"
"Que sois vosotros"
Silencio sepulcral. Enfado automático. Mi madre que se levanta y se va, gritos. Vorágine. 

Mi madre pensó que lo había descubierto al ver regalos en su armario días atrás, cuando lo abrí (algo totalmente prohibido siempre) para coger un vestido, y se enfadó muchísimo conmigo. Siendo sincera, ese día lo único que vi en el armario fue un banquito en la parte alta, del que pensé "¿qué leches hará un banquito aquí?" y luego olvidé su existencia por completo (hasta que lo vi el día de reyes entre los regalos para la casa), pero aún así la bronca me la llevé. 

Ese año mis padres decidieron hacer unos reyes distintos, y, emulando aquel año del carbón, nos pusieron a ambas otro platito de carbón en nuestros sofás, en lugar de los regalos. Sin embargo, esta vez lo acompañaron de una adivinanza, que resultó ser la primera de una serie de instrucciones que nos hicieron recorrer toda la casa en busca de los regalos a modo de gymkana. 
Mis regalos al final los encontré en la bañera, y entre ellos, mi primera tele, que llevaba pidiendo desde que tenía 8 o 9 años.

Desde que nació mi hijo le he dado un millón de vueltas a la idea de hacerle lo mismo que mis padres me hicieron a mi, "engañarle" para prolongar su ilusión y confianza en la magia.
Este año hubiera sido el indicado, sus seis años, reyes en mi casa. Un año regulero en lo que a comportamiento se refiere...

Al final lo he acabado descartando por varias razones. Podría decirlas todas, pero, sinceramente, me quedo con la que más peso ha tenido.
Pienso de corazón que mi hijo es demasiado listo y curioso, y seguro que me habría pillado antes de que pudiera hacer la operación maestra. Esta, como digo, no es la única razón, pero es la que ha decantado la balanza.

Creo que siempre va a dolerme que la magia de los reyes no sea tan real como pensaba en mi infancia. Y aunque queden súper bonitas todas las historias que se ven estos días para mantener la ilusión pese a que sean los padres, o incluso sabiendo que el esfuerzo de las familias para mantener la magia es aún más fuerte que la magia real... a mi me sigue doliendo. 
Quisiera que los reyes magos vinieran cada año tal y como venían en mi cabeza cuando era pequeña, por arte de magia, con nervios, con ilusión. 

Siendo esos que todo lo pueden.

Crecer es una mierda.

Por otro lado, jamás podré agradecerles a mis padres lo suficiente como se esforzaron tantísimo todos los años. Una casa en la que no había ni un duro, en reyes se convertía en la casa de unos niños de clase alta. La casa de Barbie fue cobrando aún más importancia para mi a lo largo del tiempo, porque supe el dineral que había costado, y porque nunca me la habían traído porque era demasiado cara. Sin embargo, me hacía tanta ilusión que hicieron malabares hasta conseguirla. Y el hecho de que hicieran lo posible para que mi primeros reyes sabiendo la verdad fueran distintos, divertidos y con esa parte de magia fue algo simplemente fantástico. 

Al final la conclusión si que es esa, que los padres son los verdaderos reyes, los que hacen la magia.
Los que todo lo pueden.