Aviso a navegantes

Soy responsable de lo que escribo, no de lo que usted entienda o interprete

lunes, 23 de septiembre de 2019

Crecer

Crecer es una mierda ¿no creéis?

Llevo tres días aplazando esta entrada, pero ya no puedo seguir absorbiendo los sentimientos como si no estuvieran, permitiendo que me exploten dentro.
El sábado murió mi tío Luis, hermano de mi abuelo, y con él se ha ido lo que me quedaba de esas ilusiones y esperanzas infantiles, con él se ha ido la Irene que fui hasta 2001, la que creció de golpe en 2004, la niña que amaba a su familia por encima de todo. 
Últimamente me he dado cuenta de golpe de que he crecido, que de pronto los 16 desaparecieron hace más de 10 años, que ya no soy una niña, ni siquiera una adolescente. De que tengo un hijo que ya tiene 7 años, que dejé la libertad de la juventud a los 20, que ya ha pasado más de un tercio de mi vida, que ya nunca volverán aquellos años felices yendo a ver funciones de navidad con mis abuelos, ni las salidas con Rocío a comprar el pan, que mi gata nunca volverá a trepar por mi pierna antes de entrar a la ducha para que la coja. 

Siento que he perdido todo lo que me unía con mi yo de niña. Ya no están mis abuelos, ya no está mi gata, ya no está mi padre, ya no está Cristina, ya no está mi tío. ¿Cómo se despide una de lo que la hizo ser quién es?
Tengo la sensación de que han sido demasiadas pérdidas de golpe, parece que mi abuelo ha vuelto a morir y que vuelvo a sentirme tan perdida y sola como cuando se fue hace diez años. Solo que al menos en aquel momento tenía a mi gata.
Diez años. Ya han pasado diez años desde que se marchó una de las personas a las que más he querido en mi vida. Y sé que hoy estoy aquí, que continué con mi vida, que seguiré continuando, pero, ¿por qué leches tenemos que perder a tantos seres queridos por el camino? ¿Por qué no podía ser mi gata inmortal? ¿Por qué no pudo mi padre tomar otras decisiones que le hubieran mantenido cerca y bien? ¿Por qué tuve que ser la más pequeña de mi familia y por lo tanto la que menos tiempo pasó con mis abuelos? ¿Por qué no pudo mi abuelo conocer a mi hijo? ¿Por qué mi tío Luis no podrá venir a mi boda?
Estoy harta de las pérdidas, estoy harta de crecer, estoy harta de las responsabilidades, las preocupaciones, las decisiones constantes. Tengo mucho miedo cada vez que pienso en José Manuel y en que todo lo que yo hago le afecta a él y a su futuro. Tengo miedo de hacerle daño. Tengo miedo de no conseguir mis metas. Tengo miedo de seguir perdiendo aún más.

Echo de menos a mi gata. La echo tanto, tanto, tanto de menos que a veces me duele respirar. Me da mucho miedo que empiece el invierno, porque no sé como se pasan los inviernos sin ella. La necesito cada vez que entro por la puerta, cada vez que me siento feliz, cada vez que rompo en llanto, la echo de menos cada vez que miro a su hija y la veo tan sola.
¿Sabéis en la mano de quién se durmió por primera vez? En la mano de mi tío Luis. Su casa en la Algaba fue la primera que mi gata pisó, pues cuando nos la regalaron iba con mis abuelos camino de ver a mis tíos en el pueblo. Tengo ese día grabado a fuego, a mi tío Luis con la mano en alto sin poder merendar porque la gata se había quedado frita y le daba pena moverla. A mi tía Encarni poniéndole un plato de leche en el suelo. A mi misma mirando a mi gata y a mi familia con adoración. 
Y ahora ninguno de ellos está. Ni mi tío, ni mis abuelos, ni mi gata. 
Ojalá mi tía Encarni aún esté mucho tiempo.

Echo de menos la risa de mi abuelo, esa risa maravillosa, ese carácter tan bromista, esa manía de ser tan pesado que hasta te enfadaba, y entonces al enfadarte se enfadaba él. Echo de menos sus arranques de cariño, su interés por mi vida y todo lo que yo hacía. 

Crecer es una mierda. 
Y aquí estoy, creciendo. Y aquí está mi hijo, creciendo también. Y hay seres queridos que han crecido tanto que se han ido. Y nos toca a los que nos quedamos seguir adelante sin ellos, recordándolos, pensando en ellos cada dos minutos, cada dos días, cada dos segundos. Y nos toca preguntarnos continuamente por qué, por qué tienen que ser así las cosas. Por qué no pudimos quedarnos en aquellos años donde todo era mucho más fácil, aunque en aquel momento no fuéramos conscientes. 
En 2001 yo tenía a mi gata, a mis abuelos, a todos mis tíos, a mi padre, a Cristina. Tenía hasta mi vista intacta. Yo en 2001 lo tenía todo, incluso aunque me martirizaran cada día en el colegio. 

No quiero seguir creciendo, no quiero seguir perdiendo. Necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata, necesito a mi gata. 
Han sido 18 años, 18 años sabiendo que si me sentía sola la tenía a ella, ahora me siento sola y ya no tengo nada, ya no viene a refregarse contra mi cuello. Ya no está mi abuelo para hacerme reír o rabiar. Ya ni siquiera está mi hermana para pegarme hablando con ella hasta las tres de la mañana.


Y ahora tengo que ser fuerte, secarme las lágrimas, serenarme, irme a dormir, levantarme mañana y seguir con mi vida, ayudar a mi hijo, estudiar, ir a clase, hacer epds, tomar la siguiente decisión, seguir creciendo. 
Pero ojalá poder parar el tiempo. Ojalá poder volver atrás aunque solo fuera un ratito, para abrazar más fuerte, para hablar más, para aprovechar más el tiempo, para disfrutar una vez más de sus sonrisas, de sus charlas, de sus ronroneos. 

Ojalá dejar de crecer sin que eso significara morir. Ojalá poder quedarte para siempre con las cosas y personas buenas de tu vida. 
Ojalá todos aquellos que ya no están aquí ahora estén disfrutando mucho allá donde estén, y se cuiden entre ellos, y nos cuiden a nosotros. 
Y ojalá nos ayuden a eso tan horrible e inevitable;
Crecer.