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martes, 22 de enero de 2019

Fantasmas

Hay muchas formas de afrontar el dolor.
Sinceramente, no sé si unas son más buenas que otras. Imagino que la opinión popular (no sé si la profesional) es que hay algunas que no son sanas, pero... ¿y si te sirven, aunque sea solo temporalmente? Puede que sean solo una tirita, pero es una tirita que calma el dolor un rato.

Hay personas que afrontan el dolor con odio. Que deciden contraatacar a su dolor con más daño, y que todo lo malo que sienten por dentro lo expulsan contra lo que les provoca ese sentimiento, y, al final, se sienten más tranquilas, más relajadas.

Hay otras personas que prefieren no aceptar el dolor, que se engañan a sí mismas y se repiten, incluso inconscientemente, que no ha pasado, que no duele, que no es real.

Están también las personas que se flagelan, las que lo recuerdan cada día a cada hora y se bañan en ese dolor para que las inunde, las que prefieren tenerlo todo el rato presente para que no se vaya de sus vidas, porque quizá de esa manera deje de doler mucho antes.

Yo, a mis fantasmas, los ignoro. Esa es mi manera de afrontar el dolor. Están ahí, no está superado, no se han ido, pero decido ignorar el dolor y olvidarme de él. Normalmente me funciona bastante bien, el problema viene cuando algo me recuerda ese dolor y no se como manejarlo, cuando no sé qué hacer para que no me desborde.

La mayor parte de las veces que ha pasado algo que me ha hecho mucho daño me he llevado un tiempo muy muy mal, y luego, de pronto, parece que todo está superado y que el dolor se ha ido. Sin embargo no es real, el dolor sigue ahí, esperando para salir a flote en cuanto algún fantasma ronde cerca.
Fantasmas. Es curioso como permito que me persigan, como los mantengo en mi vida.

Ojalá algún día aprenda no solo a afrontar el dolor, si no a superarlo, a aceptarlo en mi vida sin que me haga daño.

Hasta entonces ojalá que él me dijera cosas feas y malas de ella cada vez que me vuelve a rondar, soy así de infantil 路‍♀️

Hoy el dolor me ha superado
Siento que pierdo la razón 
Una vez más el ha ganado
Y la rabia no tiene compasión

¿Quién soy, que no me reconozco?
¿A quién le estoy pidiendo perdón?

domingo, 6 de enero de 2019

Magia de reyes

Tenía 12 años cuando me dijeron que los reyes magos no existían. Me lo contó mi hermana, siendo ya navidad, a raíz de que yo le dijera, súper convencida "ya sé que los reyes son los padres, verdad?" Y que ella, contra todo pronóstico (por mi parte) me dijera que si, que lo eran. 
Y yo pregunté "¿y papá noel?" "Sí" "¿y el ratoncito Pérez?" "También".

Luego, la gran pregunta, el misterio de mi vida, la razón de que aún con mis 12 años siguiera creyendo.
"Pero, y entonces, ¿el día que no había juguetes y después aparecieron?"

No recuerdo si mi tono sonó tan desesperado como yo me sentía por dentro. Llevaba años discutiéndole a mis amigos aquella realidad, que para mi los reyes eran tan ciertos como el aire, y ellos ya no creían. Ninguno. Pero yo me mantenía firme en mis ideas, pese a estar rodeada de personas y situaciones que decían que no eran reales, que eran los padres.

Recuerdo cada "Si" de mi hermana como una losa. Y recuerdo la explicación de los reyes del 98 como una de las cosas más duras que he oído en mi vida.

Y es que resulta, que cuando yo tenía 6 años, los reyes hicieron magia.

Me desperté esa mañana del 6 de Enero del 98, y salí al salón acompañada de mi padre y mi hermana para ver los regalos de los reyes. Pero, para mi sorpresa, encima de mi sofá lo único que encontré fue un platito con carbón y un mini paquete de lacasitos. No me lo creía, y me desesperé profundamente. 
Me fui corriendo con mi madre, a su cama, llorando desconsolada, y conmigo vinieron mi padre, mi hermana, y hasta Babel, nuestra perra. Nos sentamos todos en la cama, y mi madre me consoló y me dijo que intentaríamos arreglarlo, me preguntó si yo iba a ser buena y portarme bien y le aseguré que sí. Continuó e hizo que todos cerrásemos los ojos y juntásemos las manos para rezar. Mientras, ella y yo pedimos en voz alta a los reyes que prometía portarme bien siempre y ser buena, y que no volvería a pasar que me portara tan mal como para que me dejasen carbón. 
Tras eso, abrí los ojos y allí seguíamos todos, mi madre, mi padre, mi hermana y mi perra, con los ojos recién abiertos. 
Juntos los cuatro, nos fuimos al salón, y, por arte de magia, allí estaban todos mis juguetes, con el platito de carbón en medio.

Aquel año me trajeron una de las cosas que más había pedido, y el que creo que es, incluso a día de hoy, mi regalo favorito de todos los tiempos de reyes, la casa grande de Barbie, además fue el año que más cosas me trajeron (hasta ser ya adulta). Aluciné tanto al ver aquello que estuve otros seis años más totalmente convencida de que los reyes existían, de que era magia, y que esa era mi prueba, pasara lo que pasara. Porque los cuatro estábamos en la habitación y los regalos aparecieron solos.

Hace ahora 15 años, mi hermana me reveló que mientras yo y mi madre rezábamos con los ojos cerrados, ella y mi padre fueron en silencio a la cocina, donde estaban mis juguetes, y los fueron colocando todos en su sitio. Luego volvieron a la habitación, se sentaron en la misma posición, y yo abrí los ojos. Una operación perfecta.

Aún me duele.

Porque defendí a uñas y dientes algo que resultó ser... mentira.

La mayor parte del tiempo digo que lo agradezco, porque me dieron muchos más años de ilusión que al resto de personas que me rodeaban. Hay otras veces que me siento tan estafada que me enfado, y pienso que no merecía la pena. 
Intento quedarme siempre con el sentimiento de gratitud.

Aquel día, cuando descubrí la verdad, mi hermana se lo dijo a mis padres mientras almorzábamos 
"Mamá, papá, Irene ya sabe la verdad sobre los reyes"
"¿Qué verdad?"
"Que sois vosotros"
Silencio sepulcral. Enfado automático. Mi madre que se levanta y se va, gritos. Vorágine. 

Mi madre pensó que lo había descubierto al ver regalos en su armario días atrás, cuando lo abrí (algo totalmente prohibido siempre) para coger un vestido, y se enfadó muchísimo conmigo. Siendo sincera, ese día lo único que vi en el armario fue un banquito en la parte alta, del que pensé "¿qué leches hará un banquito aquí?" y luego olvidé su existencia por completo (hasta que lo vi el día de reyes entre los regalos para la casa), pero aún así la bronca me la llevé. 

Ese año mis padres decidieron hacer unos reyes distintos, y, emulando aquel año del carbón, nos pusieron a ambas otro platito de carbón en nuestros sofás, en lugar de los regalos. Sin embargo, esta vez lo acompañaron de una adivinanza, que resultó ser la primera de una serie de instrucciones que nos hicieron recorrer toda la casa en busca de los regalos a modo de gymkana. 
Mis regalos al final los encontré en la bañera, y entre ellos, mi primera tele, que llevaba pidiendo desde que tenía 8 o 9 años.

Desde que nació mi hijo le he dado un millón de vueltas a la idea de hacerle lo mismo que mis padres me hicieron a mi, "engañarle" para prolongar su ilusión y confianza en la magia.
Este año hubiera sido el indicado, sus seis años, reyes en mi casa. Un año regulero en lo que a comportamiento se refiere...

Al final lo he acabado descartando por varias razones. Podría decirlas todas, pero, sinceramente, me quedo con la que más peso ha tenido.
Pienso de corazón que mi hijo es demasiado listo y curioso, y seguro que me habría pillado antes de que pudiera hacer la operación maestra. Esta, como digo, no es la única razón, pero es la que ha decantado la balanza.

Creo que siempre va a dolerme que la magia de los reyes no sea tan real como pensaba en mi infancia. Y aunque queden súper bonitas todas las historias que se ven estos días para mantener la ilusión pese a que sean los padres, o incluso sabiendo que el esfuerzo de las familias para mantener la magia es aún más fuerte que la magia real... a mi me sigue doliendo. 
Quisiera que los reyes magos vinieran cada año tal y como venían en mi cabeza cuando era pequeña, por arte de magia, con nervios, con ilusión. 

Siendo esos que todo lo pueden.

Crecer es una mierda.

Por otro lado, jamás podré agradecerles a mis padres lo suficiente como se esforzaron tantísimo todos los años. Una casa en la que no había ni un duro, en reyes se convertía en la casa de unos niños de clase alta. La casa de Barbie fue cobrando aún más importancia para mi a lo largo del tiempo, porque supe el dineral que había costado, y porque nunca me la habían traído porque era demasiado cara. Sin embargo, me hacía tanta ilusión que hicieron malabares hasta conseguirla. Y el hecho de que hicieran lo posible para que mi primeros reyes sabiendo la verdad fueran distintos, divertidos y con esa parte de magia fue algo simplemente fantástico. 

Al final la conclusión si que es esa, que los padres son los verdaderos reyes, los que hacen la magia.
Los que todo lo pueden.