Pero no, no me refiero a ese tipo de maquillaje, al de sombras de ojos, base y colorete (aunque ese también me encanta, para qué mentir). Me refiero a maquillar emociones, caras, estados de ánimo y ganas.
Me termino camuflando como los camaleones, adaptándome al medio en el que estoy para sobrevivir sin que me hagan daño o hacérmelo yo misma. Normalmente funciona muy bien, pero claro, a la larga nunca es buena solución. Y no lo es porque los sentimientos acaban explotando, por un sitio o por otro, y porque es agotador pasarse el día con una careta, aguantando los hilos fuerte para que no se caiga.
A veces dejamos de ser quienes somos para encajar donde creemos que vamos a ser felices, pero si tenemos que dejar atrás parte de nuestra esencia... ¿de verdad es nuestro sitio?
Qué complicado es conocer tus propios límites, entenderte y ver que estás llegando al tope, que ya no puedes más. Cuando yo me doy cuenta suelen haberme sobrepasado demasiado mis propias acciones, y me cae de golpe todo el peso de cómo me afectan las acciones de los demás.
Sobre todo cuando has crecido en un entorno que te ha repetido cien millones de veces que ser tú estaba mal. Que eras pesada, egoísta, cansina y otros tantos adjetivos que usaban de manera negativa para recordarte que no eras suficiente. Nunca hacías las cosas lo suficientemente bien, nunca te esforzabas como debías, nunca cambiabas lo que había que cambiar.
He sido cariñosa desde muy pequeña, y siempre he sido la pesada de mi familia, la cansina que no dejaba de dar abrazos o querer besos. Tengo fotos de mis primos favoritos hasta las narices de que yo quisiera abrazarles, tengo recuerdos de mi padre diciéndome "déjame en paz ya" o de mi madre con un "que si, que si, quita" y de mi hermana repitiéndome lo pesada que soy. Pesada. Siempre la misma palabra persiguiéndome. Siempre recibiendo sermones porque las cosas me dolían mas de lo que ellos pensaban que tenían que dolerme. Mi madre diciéndome "deja ya de llorar y sé fuerte", como una imposición, como algo que tenía que hacer sí o sí. Miles de veces la frase "¿en serio te vas a poner así por eso?".
No solo me ha pasado en la infancia y adolescencia. La adultez siguió el mismo camino, aunque ahí ya había aprendido a no ser lo que soy, a aguantarme las ganas de un beso o un abrazo, a reprimir emociones, a ser yo misma solo con gente muy concreta que me había demostrado que me aceptaba tal y como soy.
La terapia me hizo enfrentarme a todas las voces que había en mi cabeza. Nunca olvidaré aquel ejercicio que mi terapeuta hizo conmigo en el que me pidió que me dibujara a mi misma en el sitio que yo quisiera, tal y como me sintiera. Me dibujé en mi cuarto, debajo de la cama. Porque lo que sentía era eso, que vivía escondida y asustada, atrapada. Tras eso me pidió que escribiese a mi alrededor las voces que había, de quienes eran y qué me decían. Recuerdo las muchas voces de personas a las que amaba diciéndome cosas malas de mi misma, recuerdo solo una o dos voces que decían cosas positivas.
Hoy ya no estoy debajo de esa cama. Si tuviera que dibujarme hoy lo haría en un campo de flores, con los brazos extendidos, libre. Porque realmente me siento libre.
Aún habría voces negativas, aún habría voces diciendo lo pesada que soy, diciendo que siento demasiado las cosas, que soy exagerada, que no soy suficiente. Por suerte esta vez ganarían las voces que me gritan cosas preciosas, en las que incluiría la mía propia.
Pero qué difícil es mantener esa libertad, qué difícil es conseguir que mi mente siga pensando que sí valgo la pena, que quien me quiere jamás me verá pesada, que hay gente que me ama con todo lo que soy.
Cuánto me curó mi hijo y su forma de ser, tan parecida a la mía, y como me odio cada vez que se me escapa decirle pesado o intenso.
Cuantísimo agradezco a Dani que nunca me haya rechazado el cariño, que durante quince años y pese a todo lo malo entre nosotros, nunca me haya hecho sentir que soy pesada o que no soy suficiente, que me quiera de manera incondicional. Cómo se lo agradezco a Rocío, a Paula y Joshua. A María y Alec, a Germán. A toda la gente que me ha hecho sentir que ser intensa era una de las razones por las que me querían. A Danil, que me ha hecho ver que no estoy sola y no soy la única adulta intensa y explosiva.
Sigo adaptándome al entorno, he aprendido con quién puedo ser yo y con quién no. Aunque a veces me confío, se me olvida y empiezo a ser demasiado yo con personas a las que en realidad les molesta mi forma de ser, y cuando dejan ver que molesto duele el doble, porque mi niña interior se había relajado demasiado y el golpe ha hecho más daño al no esperarlo. Después de eso toca recomponerse, alzar de nuevo la coraza y reprimir ganas, actos, frases, palabras y sentimientos. Y durante un ratito pegarme un poquito más a la gente con la que puedo ser 100% yo, mi gente vitamina, los que aman por lo que soy y no pese a lo que soy.
Me sigue doliendo una barbaridad cada vez que alguien me dice pesada, cansina o intensa, incluso aunque lo hagan en modo cariñoso o en broma. Hay heridas que no se cierran lo suficiente, y han sido demasiados rechazos a lo largo de mi vida que siguen haciendo sangre.
Soy fuerte, y quizá esta noche haya tenido pesadillas, y haya escrito esta entrada envuelta en lágrimas y gastando pañuelitos a más no poder, pero también sé que me quiero, que valgo la pena, y que las lágrimas de hoy serán risas otro día con esa gente que me valora y me ama con la misma intensidad con la que amo yo.
Qué suerte tenerles.
Qué suerte tenerme.
Prueba 1 de que tenía a mi primo hasta las narices con los abrazos 😂
Porque es que cuando te vas mi mundo queda ardiendo en llamas, y nunca es tarde para andar detrás, te quiero
Nos volveremos a ver, cuando salgamos del túnel, tumbando alguna pared para poder ver las nubes Vuelve, que incendiaremos el mundo otra vez. Porque siempre consigo lo que quiero, ese éxito lo tengo, tengo un buen rabo, soy un buen soldado, siempre lo seré. Dejaremos de lado los posibles asuntos delicados que dividan y dejen bien claro que será imposible decirlo otra vez. Inventábamos mareas, tripulábamos barcos, encendía con besos el mar de tus labios.
No sería lo mismo imaginarte que poder estudiarte con detalle, usaré cada segundo que pase para poner a prueba nuestras capacidades corporales.
No se que acabó sucediendo, solo sentí dentro dardos, nuestra incómoda postura se dilató en el espacio.
Se me hunde el dolor en el costado y se me nublan los recodos, tengo sed y estoy tragando, no quiero no estar a tu lado.
Adiós al pánico práctico de habernos encontrado.
Se trata de quién te hace sentirte bien contigo misma y quién te hace dudar de ti.
Hay personas que tienen el poder de ayudarte a reafirmar tu personalidad, que te hacen ver que no estás loca, que está bien que te quieras. Personas que quieren que mejores y lo hacen a base de entenderte, guiarte y apoyarte.
También hay personas que, pese a que quizás les importes, se centran mas en lo negativo, en mirar tus partes malas, en reñirte, reprocharte, hacerte sentir mal aunque sea sin ese fin. Personas que quieren que mejores, pero que lo hacen a base de críticas destructivas.
Y luego estás tú ¿qué quieres tú? ¿cómo te ves tú? ¿qué harías tú?
Lo que pasa es que la mayor parte de las veces no sabes la respuesta, y eso es lo que te mata. Te quieres, no te quieres, quién soy, quién no soy.
Es difícil, la verdad. Mucho.
Se supone que yo puedo con todo.
¿conmigo misma puedo también? Soy consciente de que soy mi peor enemigo, y lo que no soporto es esa sensación de no saber si voy a vencerme.
Esperemos.
Y ahí está la diferencia entre quedarte con la gente que te hace sentir realmente bien o con la que dejas de ser tu misma para amoldarte a sus deseos o situaciones. Ahí está el momento de decidir si prefieres seguir haciéndote daño o seguir adelante sin herirte a ti misma.
Y me siento orgullosa de haber sido capaz esta vez de elegir la segunda opción, de haberme superado y sobrepuesto a la situación por una vez, después de tanto tiempo.
Ha sido el primer paso para un camino que no quiero dejar de andar. Toca volver a encontrarme.
Porque esa es la parte buena de que te rompan, que luego puedes recomponerte y ser mejor que cuando te viniste abajo.
Llevo semanas escribiendo esta entrada, añadiendo canciones y párrafos, quitando algunos, cambiando otros. Nunca era capaz de publicarla porque sentía que aún faltaba algo, que no la acababa. Y es que en realidad me ha venido muy bien venir aquí de vez en cuando, un solo ratito, y volcar la frase que se me estuviera pasando por la cabeza. Así que esta entrada en realidad es un batiburrillo de muchos días, de muchos momentos y de distintas situaciones. Pero me encanta que hoy haya sido el día de escribir esos últimos párrafos, porque realmente siento que esta vez sí puedo poner punto y final a estas semanas de desconcierto y tristeza.