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lunes, 25 de noviembre de 2019

Escaleras

Pasé la infancia subiendo por las escaleras a un cuarto piso sin ascensor. Al llegar, todas las puertas del rellano estaban abiertas, y olía a comida ya desde el tercero. Gritaba abuela y me recibían a besos, y automáticamente iba a la puerta de al lado, donde la vecina más maravillosa que jamás ha existido nos preparaba las croquetas más ricas que jamás he probado. 
A veces visitaba a las demás vecinas, que siempre me dejaban sentarme a su lado a ver la tele o a hacer crucigramas. Otras veces me quedaba jugando con mi abuelo, o dándole la lata y usándolo de juguete a él. Mi abuela solía ponerme comida que no me gustaba, pero no se me podía pasar por la cabeza dejar ni un poquito. Eso si, siempre tenía croquetas para compensar. Siempre quería fregar y ella no me dejaba, pero después de comer nos sentábamos los tres en el sofá, manta por encima en invierno, y veíamos la película que pusieran ese día en la 1. Ellos acababan roncando, y yo calentita y feliz entre ambos. 

Hoy estoy en ese portal, al pie de esas escaleras, y si subo sé que ya no habrá puertas abiertas en el rellano, ni olor a comida, ni croquetas, ni juegos, ni vecinas, ni abuelos.
La vida pasa y la vida se llevó a todas las personas que llenaban ese rellano de felicidad, se llevó la infancia que me dio una alegría que yo en aquel momento no valoré tanto como lo hago ahora, y un día cuatro firmas en un papel se llevaron mi posibilidad de volver a subir esas escaleras y sentir esa casa como mía. 

Ahora paso todas las semanas por el portal y aún me dan ganas de gritar "Abuelaa", a ver si se asoma a la terraza y dice "sube", y que entonces esas escaleras vuelvan a llevarme a uno de los lugares más increíbles que tuve en la vida. 

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