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miércoles, 10 de julio de 2019

Mimi

Hace 18 años y medio mis abuelos me hicieron el mejor regalo que nadie me ha hecho en la vida. 
Fue en marzo de 2001, yo tenía 9 años, y en un mercadillo un señor me puso de golpe un gato en las manos y me dijo que me lo llevara. Yo insistí diciendo que no, porque mi madre no me dejaba, pero mis abuelos aparecieron y me dijeron que me lo llevara, que ellos se ocuparian de mi madre. El señor me dijo que era una gata y tenía 25 días, había nacido el 14 de febrero. Me la llevé super feliz y mi abuelo me preguntó "¿Cómo se le vas a poner?" y yo automáticamente dije "Mimi", porque ese nombre llevaba semanas rondando mi cabeza como un buen nombre para una mascota. Era el diminutivo de Miriam por el que llamaban a una compañera de clase.
Mi madre le montó un pollo tremendo a mis abuelos cuando llegamos y dijo "bueno, pero se queda solo hasta que se haga grande, después os la lleváis al campo" 

El viernes, tras los mejores 18 años de mi vida, se la llevaron con ellos, allá donde quiera que estén. 

Hace once años también se fue mi Babel, la perra que teníamos cuando Mimi llegó a casa, y que la adoptó como si fuera su hija. Mi gata lo pasó tremendamente mal cuando ella murió, y ahora me la imagino super feliz de nuevo con ella, con mis abuelos, con Onara y Micu, jugando con botes de lacasitos.

Han pasado 5 días y sigo sin saber como procesarlo, como aceptarlo, como seguir adelante sin ella. Siento su ausencia en cada rincón de la casa, y cada vez que entro y no la veo en el sofá el mundo se me viene encima. Por más que la busco no está en ningún sitio, y yo tengo que aprender a vivir con ello.
Estaba muy malita, y cuando dejó de comer y beber el veterinario nos dijo que lo mejor para ella era dormirla, y se durmió en mis brazos mientras la abrazaba fuerte, porque no quería que se fuera, porque pese a saber que el día tendría que llegar en algún momento, aun no estaba lista. Sigo sin estar lista. 
No he sido capaz de contárselo a nadie, de hablarlo con nadie. No soy capaz de pararme y explicar las razones su marcha, ni de decir cómo me siento. Porque todo eso lo hace real, hace que no pueda evadirme y pensar que no ha pasado, y que si bajo estará metida en el escurridor de platos o maullando para pedir comida.
Me duele el alma cada día, cuando me despierto y me doy cuenta de que su pérdida es real, no he dejado de tener pesadillas desde el viernes, y aunque intento continuamente hacer mi vida normal, y ser feliz, y disfrutar de cosas como aprobarlas todas, que mi hermana haya terminado la carrera, que todo vaya bien en general... por dentro siento que no podré volver a ser feliz, aunque sepa que seguramente sea una exageración.

No recuerdo lo que es vivir sin ella, no sé cómo se hace, no sé quien va a dormir conmigo en los inviernos, quién va a venir a consolarme cuando llore o esté triste, quién va a meter la pata por medio cada vez que esté comiendo. 
Lo único que pido es que de verdad exista el cielo, o una vida más allá, que me asegure que voy a volver a verla y estar con ella algún día, que ese abrazo no es el último que voy a darle, que va a volver a dejarme cicatrices y arañazos por todos lados.

Gracias por ser mi mejor amiga, gracias por acompañarme, por no dejarme nunca sola, por haberme ayudado a crecer, gracias por tus 18 años y medio de vida, por haber aguantado aún dos años desde que te diagnosticaron la enfermedad, gracias por ser el mayor apoyo que he tenido, y por mejorarlo todo solo con tu presencia. Espero haber sido para ti al menos la mitad de lo que has sido para mi, y nunca, jamás, podré olvidarte ni sustituirte, porque eres lo mejor que he tenido en toda mi vida, y nada ni nadie podrá igualarte.
Me quedo con tu huella tatuada en mi piel.

Te amo, aquí y en todas las vidas posibles. 



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