Hay cosas que de primeras te hacen daño. Se te clavan, te atraviesan. Ese vacío en el pecho, ese dolor real que se siente cuando algo te duele tanto que te quita el aliento, tanto daño que se hace insoportable.
Pero después respiras. Recuerdas que has ganado, que la batalla fue dura, que hizo mucho daño, pero que nunca estuviste sola en ella. Y, no es que te alegres del mal ajeno, pero inevitablemente terminas comparando lo que tienes tu y lo que tienen esas personas que adrede te hacen daño, y sientes lo afortunada que eres.
Puedo decir con total seguridad que jamás he hecho algo, de forma consciente y queriendo, para hacer daño a otra persona. He podido hacer cosas para picar, para provocar celos, para hacer como que estoy bien y molestar… Y obviamente he hecho cosas que están mal y que han afectado a otras personas, pero jamás con la idea de hacer daño real, jamás queriendo. Y he tenido oportunidades, he tenido las armas necesarias, y muchas veces me han hecho algo y he pensado “si hiciera o dijera esto… lo destruía”. Pero nunca he usado ese “poder”, ese al que mi hermana llama el gen Parrilla, el que te da la maldad o inteligencia para saber cómo y cuándo hacer muchísimo daño a alguien con solo una frase o un acto, ese poder que mi padre lleva usando desde que soy pequeña.
Germán cree que debería usarlo más a menudo. Yo pienso que, gracias a controlarlo, duermo tranquila, tengo paz, y, cuando lanzan veneno sobre mí, puedo tener la seguridad y confianza como para saber perfectamente que no tienen razón. Me ha costado mucho esa seguridad.
Odio la idea de dejar de formar parte de algo, pero a veces ese miedo me impide ver aquello que jamás voy a perder, y, como me dijo Joshua, termino volcando mis esfuerzos donde no se valoran, donde, al final, cogen mis defectos y errores y los ponen por encima de todo lo bueno que he dado y ofrecido.
Creo, de forma sincera, que las personas a las que mas daño he hecho en mi vida, con actos y palabras que han salido de mí (aunque no fuera con la intención directa de hacer daño, sino por falta de madurez, autocontrol, gestión emocional, etc.) son Rocío, Joshua y Dani, y, paradójicamente, estoy 100% segura de que son las personas (que no sean de mi sangre) que más me quieren en este mundo. Ese es el tipo de gente que necesito, que me hace bien. La gente que ha visto, de verdad y en crudo, lo peor de mí, y aun así lo que valoran por encima de todo es lo bueno que doy y lo que les he aportado a lo largo del tiempo.
La gente que vive del odio, de la desconfianza, de las cosas malas… pueden hacer mucho daño, es cierto, y ese tipo de puñales me los han clavado muchas veces a lo largo de mi vida, muchas personas a las que quise con todas mis fuerzas y que pensé que también me querían. Pero no se daña a quien se quiere, no se desconfía de quien se quiere y te lo demuestra, no se crucifica a alguien por fallos que sabes que no hizo a posta. No se toca donde te confesaron que dolía.
Por suerte, y pese a la poca confianza en mí misma que he tenido siempre, mi familia, mis amigos y mis años de terapia me han enseñado algo que ahora tengo muy claro…
Yo no he perdido a todas esas personas, ellas me han perdido a mí.
Y yo siempre sigo adelante, cada vez mejor, cada vez mas fuerte.
Nunca sola.
Nunca has estado sola y eso es una muestra muy linda de que eres querida, amada, apreciada. No por todo el mundo, claro, pero nunca fue esa la intención. Hay personas que hacen daño sin querer y otras con intención. No siempre podemos evitarlas, pero tienes una red preciosa para no caer, y eso es lo importante. Un abrazo enorme, Irene
ResponderEliminarMaría LadyLuna