Me consume la ansiedad, me devora.
Personas increíbles me dicen cosas maravillosas de mi misma, me dicen que es normal estar así, me dicen que se pasará, y que en un tiempo lo veré todo desde un prisma real.
Pero yo no me hablo bien, yo me culpo, me lleno de "y si...", me arranco del corazón las ganas de coger el teléfono, y me aplasta continuamente el pensamiento de que tampoco suena ninguna llamada.
Fin.
Intento recordar que es lo mejor, que mi vida tendrá más paz, que es lo correcto. Pero me asolan los fantasmas, los miedos, los recuerdos, el futuro que había imaginado y que ya no imaginaba desde hace mucho.
Luego estoy bien. Un día si, el siguiente no, y así en bucle. Un día me levanto diciendo que ahora mi vida será increíble, que tengo metas nuevas, tranquilidad, que soy libre, que ya no tengo que pensar en horarios, en planes, en si lo que haré estará bien o será motivo de discusión. Siento alivio. Me siento fuerte.
Siento rabia. Ira. Me contagia la desconfianza. Me rompo, una y otra vez. Me duele el pecho, me duele el alma.
Una vez más, la misma historia, diferentes caras.
El dolor cada vez más fuerte.
En un mes todo será distinto.
O eso espero.
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