Me encantaría escribir.
Me encantaría decir como me siento, lo que pienso, lo que se me pasa por la cabeza.
Pero hay cosas que no se pueden publicar.
Que a la vez no sé con quién hablar o cómo.
No tengo mi diario a mano para volcarlo ahí, y no me gusta escribir desde el móvil algo que no publicaría.
Ojalá pudiera. Ojala vaciar mi cabeza del caos, de la cantidad de pensamientos con los que lleva todo el día. Del querer y no poder.
Me pesa mucho mi forma de ser y de sentir. No quiero cambiarlo, pero me pesa. Tengo que aprender a quererme y valorarme de la forma en que quiero y valoro a los demás. De mirarme con la misma admiración con la que miro a muchas de las personas que me rodean. Tengo que recordar cuanto valgo y merezco, dejar de idealizar a los demás e idealizarme un poco a mi. Decir lo que quiero o necesito sin sentirme culpable, dejar de anteponer siempre a otras personas, anteponerme a veces a mi. Centrarme en mi.
Me sé la teoría, sé que soy buena persona, inteligente, capaz de mil cosas, sé que soy sincera, fuerte, valiente, divertida, atenta, cariñosa. Sé que sé sacarme partido, aunque no sea la mas guapa del mundo ni tenga un cuerpo de modelo. Sé que atraigo, sé que es difícil soltarme, sé que nunca he tenido problemas para ligar, para el sexo casual, para enamorarme o que se enamoren de mi. Sé que tengo una capacidad de resiliencia enorme y que jamás me conformo si lo que tengo no me hace feliz, que intento mejorar siempre que puedo. Sé que tengo mis metas y objetivos muy claros, conozco mis prioridades, sé a lo que aspiro y por qué. Sé que merece la pena estar a mi lado. Sé que la gente que me quiere lo hace de verdad.
Pero no lo pongo en práctica. No me comporto acorde a lo que soy. Me sigo comportando como la niña a la que pegaban e insultaban en el colegio y que solo quería ser invisible, la que no hablaba para no molestar, a la que en casa llamaban egoísta una y otra y otra vez y se moría por demostrar que ella no era egoísta. A la que llamaron fea toda su vida, tanto fuera como dentro de casa. Sigo comportándome como la niña a la que llamaban inútil todos los dias, la que nunca hacía las cosas suficientemente bien aunque se hubiera deslomado intentándolo. Esa que si llegaba a casa con menos de un nueve en alguna asignatura era castigada con la decepción. A la que han negado el cariño constantemente, con la que han aplicado demasiadas veces la ley del hielo.
Crecí siendo eso, la tonta, la inútil, la fea, la egoísta, la mala, la que no sabia hacer las cosas. La que no merecía la pena.
Destruir eso es muy complicado.
Ojalá poder gritar lo que siento, escribir lo que mi cabeza ebulle. Y, sinceramente, ojalá tenerme a mi misma como amiga o novia, ojalá saber qué decirme a mi misma sin la culpabilidad y el síndrome de impostor aplastándome. Ojala ser capaz de hablarme y solucionar estados de animo igual que lo hago con la gente que me rodea.
Que ganas de verme dentro de unos años. Con mi piso, decorado a mi gusto, limpio, ordenado, con mis animales, mi hijo teniendo su propio espacio y trayendo a quien quiera cuando quiera. Comprando la comida que quiera, sin miedo a entrar en la cocina o hacer algo alli, saber que por fin tengo un lugar seguro al que volver, en el que estar.
Siendo libre.
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