De pronto he pensado en mi primo José Manuel. Y parece mentira, porque en realidad llevo pensando en él desde hace meses, pero ha sido justo hoy que mi cabeza ha hecho clic.
Era mi mayor pilar, la persona a la que más amaba, y se lo llevaron a mallorca. Pasamos de vivir juntos y vernos cada día a no volver a vernos en años. Pasamos unos cinco o seis años sin vernos en persona, sin darnos un abrazo ni estar juntos. Tengo nítido y claro el recuerdo de la primera vez que nos vimos, el llanto infinito, la alegría, el abrazo eterno. También recuerdo perfectamente todo el llanto de la despedida. De todas y cada una de las despedidas que se sucedieron desde entonces. Comenzamos a vernos algo más, pero siempre fue cada uno o dos años, a veces más. En este momento llevo casi cuatro años sin verle en persona.
Y parece un mundo, pero nunca hemos dejado de querernos.
Los primeros años de nuestra vida los pasamos pegados al teléfono. Conversaciones interminables sobre nuestro día a día, yo cantando y él contando chistes cuando nos quedábamos sin temas de conversación. Broncas de nuestros padres cuando llegaba la factura del teléfono. Cartas, fotos enviadas por correo ordinario, a veces VHS de algún video casero. Crecimos y apareció internet, y con él una nueva manera de comunicarnos. Conversaciones diarias por msn, videollamadas cuando tuvimos webcam. Nuestros primeros móviles, sms, toques, llamadas si teníamos saldo. E-mails extralargos contándonos cosas.
El no querer separarnos ni un milímetro cuando por fin venía a Sevilla o yo a Mallorca. Las noches en vela, sin dormir, tumbados uno al lado del otro cogidos de la mano o abrazados contando cosas. Ir a absolutamente todo juntos, dormir juntos, abrazarnos continuamente, incluso pese a sus quejas por yo ser demasiado pesada o cariñosa. Y hablar, hablar y hablar sin cansarnos.
A mi primo y a mí nunca nos separó la distancia. Lo hicimos nosotros. Nos separamos al crecer, al comenzar a entendernos menos, al dejarnos ir y ya no hablar tanto, al no aprender a comunicarnos y decirnos las cosas, tanto buenas como malas. Y aún así no dudó ni un segundo en plantarse en mi casa al mes de nacer mi hijo, que lleva su nombre, ni dudó en estar en su primer cumpleaños, ni dudó en venir automáticamente cuando hace unos años mi hermana le dijo que yo estaba pasando por una depresión grave.
Tenemos 33 años, ambos somos un desastre, llenos de traumas y de emociones mal gestionadas. Él tiene quejas de mi y yo de él. Pero sigo sabiendo cuánto nos amamos en realidad, cuanto nos importamos, quizá a nuestra manera, esa que ya es un poco rara y seguramente insuficiente, pero que nunca va a irse.
Durante media vida hemos sabido mucho más del otro que las personas que convivían con nosotros diariamente. Me ha llegado a conocer y saber de mi vida más que mi hermana, he llegado a conocerle y saber de su vida más que su madre.
La distancia nunca fue un problema en realidad.
Pero no voy a romantizarlo, lo pasé realmente mal, siempre lo he llevado muy mal. La primera vez que nos vimos en persona cuando éramos pequeños, tras aquellos primeros cinco o seis años, fue porque mis padres me pillaron hablándole a una de las fotos suyas que teníamos en casa mientras le ofrecía patatas fritas, supongo que me vieron tan mal de la cabeza que vieron que era absolutamente necesario traer a mi primo. Teníamos 8 o 9 años en ese momento.
Recuerdo todas las veces que he necesitado un abrazo suyo, algo más que una llamada o un mensaje, y no he podido tenerlo. Lo mucho que ha dolido, el vacío que he sentido. Recuerdo hasta los celos que he llegado a tener de sus amigos, de nuestra otra prima, de sus novias, porque pensaba que podían sustituirme, y cómo él me dijo y demostró de mil maneras que eso era imposible. Recuerdo cuando escribió que yo no era su prima, ni su hermana, si no parte de él mismo.
Llevo toda la vida diciendo que para mi sería imposible tener una relación a distancia, que es algo con lo que no puedo, que necesito el contacto físico, el vernos a menudo… y hoy, por primera vez, sin esperarlo y de golpe, he sido consciente de que llevo teniendo una relación a distancia desde los cuatro años, con una de las personas más importantes de mi vida.
Y no solo he sido capaz de tenerla, sino que durante décadas nos hemos amado y cuidado de forma incondicional. Quizá ya no sabemos cuidarnos como hace diez años, pero el amor nunca va a desaparecer, y sabemos que si nos necesitamos, nunca vamos a fallar.
Sé perfectamente que no es lo mismo, que las relaciones románticas y de pareja a distancia tienen matices diferentes a las familiares, pero mi relación con mi primo nunca fue tampoco una relación familiar más. Igual que dijo él, yo también pienso que él es parte de mí, y me quitaron esa parte siendo muy pequeña, añadiendo, además, que nunca me enseñaron a gestionar ese duelo y esa pérdida, nunca me acompañaron ni escucharon para minimizar el daño. Y aún así seguí adelante.
Hoy en día tengo muchísimas herramientas, apoyos y recursos como para que las cosas sean menos dolorosas, más llevaderas y tranquilas. Y, aunque sé de sobra que voy a pasarlo mal, también sé de sobra que me merece la pena intentarlo.
Yo nunca me rindo.
En Júpiter y Saturno llueven diamantes. Se estima que alrededor de 10 millones de toneladas al año.
ResponderEliminar