La primera vez que dejé por escrito que quería quitarme la vida tenía 12 años.
Lo decía en serio, no era simplemente un pensamiento dramático de una preadolescente. No veía salida. No encontraba apoyos.
El mes que me quedé embarazada ya tenía decidido cómo y cuándo hacerlo, y ese positivo en el test de embarazo lo paró todo, por eso siempre digo que, literalmente, mi hijo me salvó la vida.
Recuerdo pocas épocas de mi vida en las que ese pensamiento haya desaparecido de forma absoluta. Y, seré sincera, la única razón que me ha mantenido aquí es José Manuel.
En enero volví a estar convencida de hacerlo. Empecé a mover las cosas, a idear planes, buscar opciones y formas. Mis anclas, la terapia y José Manuel lo fueron aplazando. Luego la época de paz fue aliviando la idea.
Hasta el miércoles. El miércoles entré en tal crisis que puedo asegurar que si José Manuel no hubiera estado en casa, yo no estaría ahora escribiendo esto. Lo puedo asegurar con absoluta certeza.
Y es que estoy agotada. Agotada de luchar, de superar cosas, de no salir de una y entrar en otra, de ser fuerte, de tener siempre que seguir adelante.
Pero estoy tan bien rodeada, tan acompañada, tengo tanta suerte en ese aspecto de mi vida que creo que, de alguna manera, el universo me compensa todo lo demás, todas las guerras, toda la sangre. Y mi gente es mi paz, mi bandera blanca.
Nunca hablo de ello, nunca lo he dicho en voz alta, salvo a mi psicóloga y a los pocos amigos en los que he confiado tanto como para hacerlo.
Sé que hay mucha gente igual (y peor) que yo.
Sé que hay gente que no lo entiende.
Sé que siempre me han llamado dramática y quizá esto se vea como una prueba más, una manera de llamar la atención y poco más.
Pero escribirlo, publicarlo, también es ayudarme. Es gritarle a quien no lo sepa el cómo me siento, la desesperación interior con la que paso los días, y también reconocerles a quienes me mantienen viva su lugar, su manera de salvarme. Es decirle a las personas que se sientan como yo que no están solas. Es sentir que no tengo que esconderlo porque estoy buscando salida, porque sigo sin rendirme. Porque lucho y lucho y lucho. Y cuando estoy agotada pido ayuda para que luchen conmigo. Porque no estoy sola.
Y de pronto se me ocurrió escribirlo, de mi puño y letra, con la mariposa que mi hermana convirtió hace años en mi símbolo. Para recordarme que sigo, que he sobrevivido, que estoy sobreviviendo, que voy a sobrevivir.
Que todavía no me he rendido.
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