Aviso a navegantes

Soy responsable de lo que escribo, no de lo que usted entienda o interprete

lunes, 26 de mayo de 2025

Distancia

De pronto he pensado en mi primo José Manuel. Y parece mentira, porque en realidad llevo pensando en él desde hace meses, pero ha sido justo hoy que mi cabeza ha hecho clic.

Era mi mayor pilar, la persona a la que más amaba, y se lo llevaron a mallorca. Pasamos de vivir juntos y vernos cada día a no volver a vernos en años. Pasamos unos cinco o seis años sin vernos en persona, sin darnos un abrazo ni estar juntos. Tengo nítido y claro el recuerdo de la primera vez que nos vimos, el llanto infinito, la alegría, el abrazo eterno. También recuerdo perfectamente todo el llanto de la despedida. De todas y cada una de las despedidas que se sucedieron desde entonces. Comenzamos a vernos algo más, pero siempre fue cada uno o dos años, a veces más. En este momento llevo casi cuatro años sin verle en persona. 

Y parece un mundo, pero nunca hemos dejado de querernos. 

Los primeros años de nuestra vida los pasamos pegados al teléfono. Conversaciones interminables sobre nuestro día a día, yo cantando y él contando chistes cuando nos quedábamos sin temas de conversación. Broncas de nuestros padres cuando llegaba la factura del teléfono. Cartas, fotos enviadas por correo ordinario, a veces VHS de algún video casero. Crecimos y apareció internet, y con él una nueva manera de comunicarnos. Conversaciones diarias por msn, videollamadas cuando tuvimos webcam. Nuestros primeros móviles, sms, toques, llamadas si teníamos saldo. E-mails extralargos contándonos cosas. 

El no querer separarnos ni un milímetro cuando por fin venía a Sevilla o yo a Mallorca. Las noches en vela, sin dormir, tumbados uno al lado del otro cogidos de la mano o abrazados contando cosas. Ir a absolutamente todo juntos, dormir juntos, abrazarnos continuamente, incluso pese a sus quejas por yo ser demasiado pesada o cariñosa. Y hablar, hablar y hablar sin cansarnos. 

A mi primo y a mí nunca nos separó la distancia. Lo hicimos nosotros. Nos separamos al crecer, al comenzar a entendernos menos, al dejarnos ir y ya no hablar tanto, al no aprender a comunicarnos y decirnos las cosas, tanto buenas como malas. Y aún así no dudó ni un segundo en plantarse en mi casa al mes de nacer mi hijo, que lleva su nombre, ni dudó en estar en su primer cumpleaños, ni dudó en venir automáticamente cuando hace unos años mi hermana le dijo que yo estaba pasando por una depresión grave. 

Tenemos 33 años, ambos somos un desastre, llenos de traumas y de emociones mal gestionadas. Él tiene quejas de mi y yo de él. Pero sigo sabiendo cuánto nos amamos en realidad, cuanto nos importamos, quizá a nuestra manera, esa que ya es un poco rara y seguramente insuficiente, pero que nunca va a irse. 

Durante media vida hemos sabido mucho más del otro que las personas que convivían con nosotros diariamente. Me ha llegado a conocer y saber de mi vida más que mi hermana, he llegado a conocerle y saber de su vida más que su madre.

La distancia nunca fue un problema en realidad. 

Pero no voy a romantizarlo, lo pasé realmente mal, siempre lo he llevado muy mal. La primera vez que nos vimos en persona cuando éramos pequeños, tras aquellos primeros cinco o seis años, fue porque mis padres me pillaron hablándole a una de las fotos suyas que teníamos en casa mientras le ofrecía patatas fritas, supongo que me vieron tan mal de la cabeza que vieron que era absolutamente necesario traer a mi primo. Teníamos 8 o 9 años en ese momento.

Recuerdo todas las veces que he necesitado un abrazo suyo, algo más que una llamada o un mensaje, y no he podido tenerlo. Lo mucho que ha dolido, el vacío que he sentido. Recuerdo hasta los celos que he llegado a tener de sus amigos, de nuestra otra prima, de sus novias, porque pensaba que podían sustituirme, y cómo él me dijo y demostró de mil maneras que eso era imposible. Recuerdo cuando escribió que yo no era su prima, ni su hermana, si no parte de él mismo.

Llevo toda la vida diciendo que para mi sería imposible tener una relación a distancia, que es algo con lo que no puedo, que necesito el contacto físico, el vernos a menudo… y hoy, por primera vez, sin esperarlo y de golpe, he sido consciente de que llevo teniendo una relación a distancia desde los cuatro años, con una de las personas más importantes de mi vida.

Y no solo he sido capaz de tenerla, sino que durante décadas nos hemos amado y cuidado de forma incondicional. Quizá ya no sabemos cuidarnos como hace diez años, pero el amor nunca va a desaparecer, y sabemos que si nos necesitamos, nunca vamos a fallar.

Sé perfectamente que no es lo mismo, que las relaciones románticas y de pareja a distancia tienen matices diferentes a las familiares, pero mi relación con mi primo nunca fue tampoco una relación familiar más. Igual que dijo él, yo también pienso que él es parte de mí, y me quitaron esa parte siendo muy pequeña, añadiendo, además, que nunca me enseñaron a gestionar ese duelo y esa pérdida, nunca me acompañaron ni escucharon para minimizar el daño. Y aún así seguí adelante.

Hoy en día tengo muchísimas herramientas, apoyos y recursos como para que las cosas sean menos dolorosas, más llevaderas y tranquilas. Y, aunque sé de sobra que voy a pasarlo mal, también sé de sobra que me merece la pena intentarlo.


Yo nunca me rindo.

sábado, 24 de mayo de 2025

El modo difícil

Vivo con intensidad, con rabia, con amor. 
Vivo llena de traumas y recuerdos, de cosas que me habrían gustado que fuesen de otra manera, de momentos que me encantaría repetir. 
Hay épocas a las que me gustaría regresar. 

Me conozco mucho, pero aún me sorprendo de mí misma, de mis dudas, de mis fracasos, de mis agobios o mis miedos. 
De cómo reacciono a veces, de cómo funciona mi cerebro.

Intento sobrevivir dentro del caos y el desorden, del oleaje que no me permite mantenerme estable y tranquila, de la vida que no controlo.

A veces es demasiado difícil, y a veces se vuelve muy sencillo.

Tengo la sensación de que tengo muchas vidas, de que mi momento cambia en función de quien está a mi lado, y eso me agobia y frustra, me deja fuera de juego. 

A veces tengo ganas de llorar sin razón aparente, y a veces canto a pleno pulmón de pura felicidad sin que haya ocurrido nada.

Vivo agotada. Agotada de mi misma, de no sentirme suficiente, mientras a la vez siento que valgo muchísimo. Buscando aquello que me haga sentir valorada.

Adoro la intensidad. La mía, la de los demás, la de mi hijo. Hasta la de mi perra, tan loca ella y a la vez tan adorable.

Hoy me han hecho plantearme algo, y una parte de mi rebosa seguridad, mientras una pequeña voz me pregunta si me estaré equivocando.

¿Dejará algún día la vida de presentarse en el modo difícil?

jueves, 15 de mayo de 2025

Mi Mala Suerte

Me cuesta demasiado concentrarme, pensar con claridad. Las ideas dan cien vueltas en mi cabeza y no se marchan.
Intento pensar en positivo, centrarme en lo bueno, en el hoy, ahora. 
Y no me sale. Juro que no me sale. La cabeza va a explotarme, las lágrimas están a punto de salir continuamente. Estoy gritando.
Otra vez.

¿Por qué tan pronto? ¿Por qué tan mala suerte?

Intento convencerme de que las ganas sigan igual, que es mejor olvidarlo y no darle vueltas hasta que no sea una realidad. Pero me inunda la desesperanza y me siento idiota.

Siento que solo va a dolerme a mi, aunque otra parte de mi sepa que no es cierto.

Necesito quitarme este peso y estar bien. Y maldigo el momento en que decidí bajar las corazas y volver a confiar en que algo podía salirme bien. Y pienso en que quizá habría sido mejor no empezar, no enamorarme, no sentir.

Sigo pensando que la vida soltera es más sencilla. Que no puedo con tanto. Me parece demasiado injusto que por una vez que tengo algo bueno, que me da paz, que es recíproco, tranquilo, donde me tratan bien y me quieren... lleguen factores externos a joderlo. Es demasiada mala suerte. Estoy harta de mi mala suerte.

Ya estoy pensando en mi vida cuando se vaya, adelantando acontecimientos, pensando en lo que cambiará... y sé que no voy a morirme, se que lo superaré. Pero también sé que ahora una parte de mi piensa que la fecha de caducidad es inevitable y que por tanto no merece la pena seguir trabajando en nosotros.
Y es una mierda.

Tengo una apatía absoluta. Cero ganas de hacer nada.
Han sido demasiadas cosas de golpe.
Demasiado esfuerzo.

Creo que he colapsado.



lunes, 12 de mayo de 2025

Knuckles

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo."

Vuelvo a recordar este poema, mi poema favorito en el mundo. Se me vienen a la cabeza continuamente sus versos, esos que tanto me gustan, a los que tanto significado les veo.
Una despedida, un amor infinito. 

Y sin embargo, me llama la atención haberlo pensado hoy, que tan plena me siento, que se me desborda el amor y los buenos sentimientos y sensaciones, que el universo gira en positivo.

Que estoy fatal de la cabeza es una realidad, que tengo a los que me rodean todo el día preocupados por mi, también. Que la imagen que doy es la de una persona absolutamente inestable también es cierto. 
Que mi hermana no se fía de nadie que yo tenga cerca porque me sobreprotege, que Germán cree que tengo el cableado cerebral estropeado, que mis amigos me aman. Todo eso son verdades.

Que me animan a ser feliz y a que persiga hacer las cosas que me hacen sentirme bien, también.

¿Qué me hace feliz ahora mismo?
Maikel.
Y Danil, Amaro, Germán, Joshua, las niñas, mi hijo y mi sobrino, salir, reírme, sentirme amada, querida, deseada. 

Me encantaría poder desahogarme tranquila, explicar y sacar todo lo que estoy sintiendo, pero se van a meter tanto conmigo... se van a preocupar, me van a criticar, alguno hasta capaz se enfada... y otros se van a reír muy fuerte.

Peeeero es que se me desborda el amor. Es que me siento querida, me siento cuidada. Me siento bien. Me habla y me cambia el ánimo, piensa en mi tanto como yo en él, me dice cosas preciosas, me mira y se para el mundo. Le da miedo perderme o que deje de quererle, y a mi me da el mismo miedo. Lo siento todo tan recíproco que se me hace extraño. Quiero tantas cosas que me mareo y me siento abrumada. 
Me parece precioso vivir eso de nuevo, me encanta irme a dormir pensando en él y despertarme igual, vivir la ilusión de vernos, de hacer planes. Me encanta cómo estamos cuando estamos juntos, la conexión, las ganas, el amor.

Pero también vivo acojonada, en serio. Porque recuerdo que hace dos años estuve igual cuando conocí a Fran, que también todo parecía maravilloso, que lo fue los primeros meses... y que se fue a la mierda en cuanto la palabra "novio" entró en juego. Sé que no es la misma situación, sé que no son la misma persona (ni de lejos, madre mía), pero si que me da miedo que las cosas cambien demasiado, que al final todo se relaje en exceso, que se vayan perdiendo las ganas.

También sé que me siento diferente. Que cuando acepté esa palabra la última vez lo hice sintiéndome obligada a ello, que a mi hermana le dije "es que él se siente más seguro así", a lo que ella respondió "no me gusta nada esa razón para empezar a salir con alguien", y, aunque esta vez no me ha preguntado, le habría dicho que a mi me hace tanta ilusión como a él tener algo serio, que tenía las mismas ganas, aunque no le encuentre explicación lógica, porque de verdad que en esto la lógica no está existiendo, se están rompiendo mis esquemas y me da vértigo sentir lo rápido que va todo, justo después de algo tan enorme como lo que he estado viviendo. Pero me encanta así. Sin sentido, sin lógica, solo a base de sentir muy fuerte.

Y si sale mal ya me arreglaré, como hago siempre.

He pasado toda mi vida pasándolo mal por cosas que yo no he elegido, me han ocurrido cosas que ni me busqué ni pude evitar, así que, puestos a pasarlo mal, al menos que sea por algo que yo misma he decidido. 
Y si decido volverme loca y dejar que la felicidad me nuble, pues adelante. 
Ya se arrepentirá la Irene del futuro si al final tiene que hacerlo.

Pero la Irene actual, la de hoy, la de esta semana de feria... esa Irene está eufórica por dentro. Se le sale el amor por cada poro y se muere de ganas de tener aún más, de seguir descubriendo, de seguir hablando, haciendo cosas.
En serio, de verdad que estoy con el corazón a punto de explotar.

Y lo siento, lo siento por los que se preocupan por mi, por los que creen que estoy fatal de la cabeza... pero es que me encanta, es que me encanta sentirme así. Me encanta tener a alguien que se preocupe por mi, que me llame en cuanto ve que algo no va bien, que se pegue cinco horas de un jueves en una llamada por discord viendo conmigo una serie que nos gusta a ambos, que se interese por conocer hobbies y gustos que no tenemos en común, que quiera conocerme y saber de mi día, de mi vida. Con quien hablar de forma tranquila y sana cuando hay algún conflicto, sin que sea un drama, sin hacernos daño, desde el cariño y sabiendo que no queremos lastimarnos, que solo queremos aclarar cosas. Que esas conversaciones de verdad sirvan y tengan sentido. Que me haga sentir útil porque puedo ayudarle cuando algo le preocupa, que me diga que le hago sentir especial. Que sienta que estar conmigo es una suerte y presuma de ello, que sea tan expresivo. Que el sexo sea tan absolutamente increíble, que tengamos tanta conexión en ese ámbito. Que la mezcla entre amor y deseo sea la bomba que es. 
Ese crescendo que llevamos viviendo desde que nos conocimos.

Quizá en unos meses nos estrellemos estrepitosamente, quizá se cumplan todos mis miedos, o los suyos. Pero me siento tan llena en este momento, en este instante... que me da igual. Me da exactamente igual. Quiero seguir con esta sonrisa, con estas ganas.
Y si el niño me sale rana... no será el primero 😜

Si esta entrada empezó con un poema de "desamor" es simplemente porque son mis versos favoritos, ese "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", la profundidad de saber que siempre amarás a alguien a quien en realidad ya no amas y reconocerte ese derecho, esa realidad... es tan yo. Todo lo que sea romanticismo puro es tan yo que hasta me doy un poquito de asco.
Y aún así, me encanta.

Ojalá dure mucho tiempo. 
Ojalá quedarme a vivir en los días de feria que he pasado con él.




jueves, 8 de mayo de 2025

De Vivir y Sentir

Son las 7 de la mañana, y hace algo menos de una hora que he llegado a casa después de un día de feria con mis amigos. 

Lo lógico sería tener ganas de dormir (que las tengo), pero mi necesidad principal ahora mismo es escribir. 

Lo necesito porque llevo tantos sentimientos encima que se me desbordan.
Demasiados.

Se me desborda un amor infinito, un agradecimiento profundo. 

Me pasa siempre que llego a casa después de verle y el día ha sido de esos de miradas infinitas, besos increíbles y el corazón hinchado. 
Me pasa siempre también cuando llego a casa después de un día con todos los demás, lleno de risas, muchísimas risas, lleno de hacer el tonto, de conocer gente, de salseos y estupideces.

La feria ha tenido ambas cosas, y yo, que ni siquiera soy muy feriante, he tenido dos días que han sido espectaculares. 

Pero os voy a ser sincera. Estoy muerta de miedo. Estoy absolutamente acojonada y, si pienso en cómo estará todo dentro de unos meses le tengo pánico a la posible respuesta. Me da miedo perder lo que tengo ahora mismo, que se acabe torciendo, que acabe saliendo mal.
Intento no pensar en ello, centrarme en el ahora, el hoy. En disfrutar todo lo bonito que me rodea.

Lo estoy sintiendo todo, cómo no, muy intensamente. Siento de forma intensa el amor, lo bueno, lo malo. Y recuerdo lo que me dice mi psicóloga de que eso no es algo malo, que es mi forma de vivirlo y que es maravillosa, pero también recuerdo a mi hermana diciéndome que los golpes después de la euforia son peores.

Pero es que estoy tan en paz dentro del caos... ¿cómo es posible tanta dicotomía? ¿Que unos aspectos de mi vida sean un desastre y me hagan sentir las cosas más feas que os podéis imaginar, y que haya otros que me provoquen una felicidad tan inmensa?
En un mismo día puedo pasar de la euforia total a la tristeza profunda solo dependiendo de lo que me rodeo o en lo que piense, y, de verdad, es agotador.

Me repiten que me rodee de lo que me hace feliz, que me centre en esas cosas que me atan a la vida. Y juro que estoy en ello.

La gente que me rodea es tan maravillosa... 
Y sí, me da pánico sentir todo lo que siento, y me dan miedo sus consecuencias a futuro y todo lo que puede salir mal. Pero pienso vivirlo, disfrutarlo, empaparme de todas esas sensaciones... y ya veremos como me enfrento a lo que esté por venir.

Total, al final es lo que siempre he hecho. Y siempre sobrevivo, ¿no?


sábado, 3 de mayo de 2025

Vas a sobrevivir


La primera vez que dejé por escrito que quería quitarme la vida tenía 12 años.
Lo decía en serio, no era simplemente un pensamiento dramático de una preadolescente. No veía salida. No encontraba apoyos.
El mes que me quedé embarazada ya tenía decidido cómo y cuándo hacerlo, y ese positivo en el test de embarazo lo paró todo, por eso siempre digo que, literalmente, mi hijo me salvó la vida.
Recuerdo pocas épocas de mi vida en las que ese pensamiento haya desaparecido de forma absoluta. Y, seré sincera, la única razón que me ha mantenido aquí es José Manuel.

En enero volví a estar convencida de hacerlo. Empecé a mover las cosas, a idear planes, buscar opciones y formas. Mis anclas, la terapia y José Manuel lo fueron aplazando. Luego la época de paz fue aliviando la idea.

Hasta el miércoles. El miércoles entré en tal crisis que puedo asegurar que si José Manuel no hubiera estado en casa, yo no estaría ahora escribiendo esto. Lo puedo asegurar con absoluta certeza.

Y es que estoy agotada. Agotada de luchar, de superar cosas, de no salir de una y entrar en otra, de ser fuerte, de tener siempre que seguir adelante.

Pero estoy tan bien rodeada, tan acompañada, tengo tanta suerte en ese aspecto de mi vida que creo que, de alguna manera, el universo me compensa todo lo demás, todas las guerras, toda la sangre. Y mi gente es mi paz, mi bandera blanca.

Nunca hablo de ello, nunca lo he dicho en voz alta, salvo a mi psicóloga y a los pocos amigos en los que he confiado tanto como para hacerlo. 

Sé que hay mucha gente igual (y peor) que yo. 
Sé que hay gente que no lo entiende.
Sé que siempre me han llamado dramática y quizá esto se vea como una prueba más, una manera de llamar la atención y poco más.

Pero escribirlo, publicarlo, también es ayudarme. Es gritarle a quien no lo sepa el cómo me siento, la desesperación interior con la que paso los días, y también reconocerles a quienes me mantienen viva su lugar, su manera de salvarme. Es decirle a las personas que se sientan como yo que no están solas. Es sentir que no tengo que esconderlo porque estoy buscando salida, porque sigo sin rendirme. Porque lucho y lucho y lucho. Y cuando estoy agotada pido ayuda para que luchen conmigo. Porque no estoy sola.

Y de pronto se me ocurrió escribirlo, de mi puño y letra, con la mariposa que mi hermana convirtió hace años en mi símbolo. Para recordarme que sigo, que he sobrevivido, que estoy sobreviviendo, que voy a sobrevivir.

Que todavía no me he rendido.