Soy experta en maquillaje.
Pero no, no me refiero a ese tipo de maquillaje, al de sombras de ojos, base y colorete (aunque ese también me encanta, para qué mentir). Me refiero a maquillar emociones, caras, estados de ánimo y ganas.
Me termino camuflando como los camaleones, adaptándome al medio en el que estoy para sobrevivir sin que me hagan daño o hacérmelo yo misma. Normalmente funciona muy bien, pero claro, a la larga nunca es buena solución. Y no lo es porque los sentimientos acaban explotando, por un sitio o por otro, y porque es agotador pasarse el día con una careta, aguantando los hilos fuerte para que no se caiga.
A veces dejamos de ser quienes somos para encajar donde creemos que vamos a ser felices, pero si tenemos que dejar atrás parte de nuestra esencia... ¿de verdad es nuestro sitio?
Qué complicado es conocer tus propios límites, entenderte y ver que estás llegando al tope, que ya no puedes más. Cuando yo me doy cuenta suelen haberme sobrepasado demasiado mis propias acciones, y me cae de golpe todo el peso de cómo me afectan las acciones de los demás.
Quizá ahora me estoy maquillando demasiado.
Pero sé que dentro de poco llegaré al límite.
Y eso también es cuidarse.